Según Trevor Roper, el 30 de abril de 1945, pasados unos minutos después
que en el búnker de la Cancillería, en Berlín, sonara el disparo que anunciaba
el suicidio de Hitler y Eva Braun, su ayudante personal, Günsche, abrió la
puerta del apartamento, miró dentro y vio los cuerpos exangües; a continuación
se volvió a todos los presentes que se agolpaban en el pasillo (jerarcas,
militares y SS, personal subalterno) y exclamó a un tiempo con solemnidad y
tristeza: "el corazón de Alemania ha dejado de latir; el Führer ha
muerto".
Todos los circunstantes sacaron sus pitilleras y se pusieron, por
fin, a fumar. El momento descrito, de esa u otra forma, ha tenido extensa
plasmación cinematográfica y literaria, haciendo prevalecer ese drama (al fin y
al cabo el suicidio de un genocida cercado y acabado) sobre la terrible
tragedia bélica y sobre el espantoso drama humanitario que había tenido lugar
fuera del búnker, más allá de Berlín y que el propio Hitler había provocado.
Desde principios de 1945, cientos de miles de fugitivos alemanes, militares
y civiles, trataban de huir por cualquier medio o ruta del avance soviético.
Los que pretendían abandonar Prusia -que en enero de 1945 había quedado aislada
por la llegada de los Segundo (Rokosowsky) y Tercero (Cherniakowsky) Frentes
Bielorrusos al Golfo de Danzig- y Curlandia -aislada el 31 de diciembre de 1944
por la llegada a Memel del Primer Frente Báltico (Bagramyan)- embarcaron en
numerosos buques mercantes, en Gotenhafen, Hela, Memel, Libau, Pillau, etc. La
mayor parte de los 800 buques y embarcaciones de todo tipo que hicieron los
viajes llegaron a su destino en la costa alemana del Báltico (Kiel, Warnemünde,
Eckernförde, Swinemünde, etc.), pero más de 100 se perdieron con su tripulación
y pasaje por diversos motivos.
Muchos de los que pretendieron huir por tierra de Prusia, Silesia y
Pomerania, en pleno invierno, lo hicieron por carreteras heladas y saturadas, y
murieron (unos 300.000); decenas al hundirse el hielo de los lagos bajo sus
pies; centenares ametrallados por los Stormovik de la aviación soviética; los
más, de hambre o congelación. En total, más de tres millones de fugitivos
pudieron ponerse a salvo, llegando en miserables condiciones a las que habrían
de ser zonas ocupadas por norteamericanos y británicos.
Pero el más terrible de los dramas, por lo menos cuantitativamente, fue el
de los campos de exterminio (lo que superaba con mucho los campos de
concentración, como el de Dachau, destinado a los disidentes políticos).
Desde
que el 20 de enero de 1942 tuviera lugar la Conferencia de Wannsee en la que el
Director General de la Seguridad del Reich, Reinhard Heydrich y otros altos
funcionarios de la jerarquía nazi (Adolf Eichmann entre ellos) acordaron la
solución final y la eliminación de los judíos y otros grupos sociales (gitanos,
dementes, homosexuales, impedidos, etc.) se construyeron, la mayor parte en
Polonia pero también en Alemania y Austria, campos de muerte con cámaras de
gas, donde los que eran allí llevados eran inmediatamente gaseados -se gaseaban
e incineraban 12.000 personas al día- o bien alojados en condiciones diabólicas
mientras esperaban su turno de muerte.
Cuando los ejércitos aliados entraron en
las instalaciones encontraron miles de cadáveres y esqueletos vivientes.
También encontraron algunos soldados SS Totenkopf -la rama de las SS
específicamente dedicada a la vigilancia de los campos- que no pudieron huir
(algunos vestidos con ropa de prisioneros pero sospechosamente bien
alimentados), a los que ajusticiaron inmediatamente mediante ahorcamiento.
La población civil alemana negó rotundamente conocer la existencia de
campos de concentración en su país, a pesar de poder ver el trasiego de
vehículos cerca de sus casas, además de la inevitable convivencia de los
ciudadanos con los sicarios nazis en un país de gran densidad de población. Fue
sólo en los meses finales de la guerra cuando los aliados descubrieron aquello
de lo que sólo tenían datos fragmentarios obtenidos por fotografías aéreas, por
declaraciones de los desertores, por informes de la resistencia polaca y por la
intercepción de las comunicaciones emitidas por las máquinas Enigma: la
monstruosidad del sistema de campos mediante los que el régimen
nacionalsocialista articuló la represión y el exterminio.
Quién llegó antes a Berlín? Los soviéticos; Berlín estaba más cerca de su
línea del frente, el Oder, a 40 km, río al que llegaron antes que los
angloamericanos al Rin. El 21 de abril de 1945 el Ejército Rojo había ya
rodeado la capital de Alemania. Su ofensiva final había comenzado el 12 de
enero de 1945 cuando el Primer Frente Ucraniano (Koniev) rompió el frente
alemán desde la cabeza de puente de Sandormierz, sobre el Vístula. El 17 de
enero el Primer Frente Bielorruso (Zhukov, sucesor de Rokosowsky, que había
pasado a mandar el Segundo Frente Bielorruso), cruzó el río y conquistó
Varsovia. Comenzaba así entre los dos militares soviéticos la carrera hacia la
gloria de tomar Berlín -Zhukov desde el este, Koniev desde el sureste- que
Stalin se encargó de estimular.
Para cuando los Grupos de Ejército 21º (Montgomery) y 12º (Bradley) habían
cruzado el Rin en fuerza y eliminado la bolsa del Ruhr, el 2 de abril de 1945,
el Ejército Rojo ya había cruzado el Oder y estaba obligando al Grupo de
Ejércitos del Vístula (Himmler) a replegarse sobre Berlín. El Grupo de
Ejércitos citado integraba al Noveno Ejército (Busse) y al Tercer Ejército
Panzer (Von Manteuffel); pero eran unidades existentes sólo en el papel, con
una capacidad reducida a la tercera parte de sus plantillas y completadas con
reservistas enfermos enrolados en la Volksturm y con quinceañeros de la
Hitlerjugend.
Por muy buenos estrategas que fueran Heinrici (que sucedió a
Himmler en el mando del Grupo de Ejércitos) y Von Manteuffel (el que mejor resultado
obtuvo en la ofensiva de Las Ardenas, en diciembre de 1944) poco pudieron hacer
los alemanes para frenar a un millón de soldados soviéticos que avanzaban
precedidos por la lluvia de proyectiles de una artillería que disponía de 300
piezas cada kilómetro en una línea de frente de 300 km. Heinrici no pudo hacer
otra cosa que infligir graves pérdidas a los rusos (más de 15.000 bajas
mortales) mediante una defensa escalonada y, cuando consumió la munición,
dirigir los restos de su ejército -al que acompañaban decenas de miles de
refugiados- por el noroeste de Berlín hasta la costa del Báltico, donde estaban
los británicos. Justo a tiempo, pues el Segundo Frente Bielorruso (Rokosowsky)
enlazó con los ejércitos de Montgomery cerca de Wismar el 3 de mayo de 1945.
Una vez cruzado el Rin, el Primer Ejército Canadiense (Crerar) entró en los
Países Bajos para limpiar la zona de alemanes y auxiliar a la población
neerlandesa; el Segundo Ejército Británico (Dempsey) se precipitó hacia el
nordeste, cruzó el Wesser y el curso bajo del Elba y llegó a la costa del
Báltico el 2 de mayo en Lübeck y en Wismar, en el Schleswig-Holstein. Por su
parte, los ejércitos estadounidenses avanzaron hacia el centro y sur de
Alemania, sin encontrar resistencia, hasta Magdeburgo, en Sajonia-Anhalt, el
Noveno Ejército (Simpson); hasta Leipzig, en Sajonia, el Primero (Hodges);
hasta Pilsen, Carlsbad y Böhmisch Budweis, en Bohemia, el Tercero (Patton), y
hasta Linz, en la Alta Austria el Séptimo (Patch). Magdeburgo estaba sobre el
Elba; el 12 de abril los norteamericanos llegaron al Elba (el mismo día que
murió el Presidente Roosevelt) y allí se detuvieron ¿Por qué? El 25 llegaron
elementos del Primer Frente Ucraniano y encontraron a elementos del Noveno
Ejército de los Estados Unidos. El encuentro sobre el Elba, festivo, fue en
Torgau, en Sajonia, a 100 km de Berlín ¿Podrían haber recorrido los
norteamericanos en nueve días -del 12 al 21 de abril- esa distancia cuando ya
el Ejército Rojo había rodeado y sobrepasado Berlín y cuando un seguro
encuentro frontal no tendría nada de festivo? Según Pogue la decisión de
detenerse en el Elba no fue política, sino exclusivamente militar, y estuvo
motivada por varios factores.
El primero, que Eisenhower (SHAEF) estimó que un avance hacia Berlín podría
suponer 100.000 bajas más para los angloamericanos, cuando la guerra se
aproximaba a su fin y ya existía en la opinión pública de los Aliados -y entre
la tropas, algunas de las cuales llevaban combatiendo dos años seguidos- una
sensación de cansancio y deseos de volver a la vida normal.
El segundo, que en los EE.UU. se consideraba que el problema de Europa
debían resolverlo los europeos, y que los ejércitos norteamericanos habían
hecho más que suficiente respaldando a los ejércitos británico y francés (aunque
numéricamente la intervención del ejército francés había sido poco
significativa, probablemente superada por la de los ejércitos polaco y
canadiense).
El tercero, que las Zonas de ocupación (a distribuir entre la U.R.S.S., los
EE.UU., el Reino Unido y Francia) habían sido ya definidas en la Conferencia de
Yalta (4 a 11 de febrero de 1945) conforme a líneas aceptadas por los
intervinientes en la reunión, y Berlín quedaba en la Zona soviética. No tenía
sentido arriesgar tropas para conquistar un territorio del que luego habría que
retirarse cediéndolo a los bolcheviques (de hecho, los norteamericanos,
terminada la guerra, tuvieron que retirarse de Magdeburgo, Leipzig, Carlsbad,
Pilsen, etc.).
El cuarto, que había informaciones, que posteriormente resultaron ser
falsas, de que los nazis estaban preparando un reducto alpino, provisto de
abundante armamento y provisiones, en el sur de Alemania y Austria, desde el
que podrían atacar a los Aliados y prolongar la guerra varios meses. Ello
obligaría a Eisenhower a destinar un importante contingente militar a prevenir
la formación del reducto y, si no podía impedirse, a rodearlo y sofocarlo, lo
que sería incompatible con el avance en fuerza desde el Elba hasta Berlín.
El quinto, que una vez la contienda europea en su fase final, era preciso
trasladar soldados y material al Pacífico para acabar con Japón, cuyos soldados
en aquellas fechas todavía se mantenían en Filipinas, en el archipiélago de las
Bonin, en el archipiélago de las Ryu-Kyu y en Birmania.
La directiva que señaló su objetivo a Eisenhower era entrar en el
continente europeo y, en conjunción con las otras Naciones Unidas desarrollar
operaciones dirigidas al corazón de Alemania y a la destrucción de sus fuerzas
armadas. Lo que confería al Generalísimo Eisenhower una estimable libertad de
movimientos, que en ningún momento le fue restringida por la autoridad
política. Ejerciendo esa discrecionalidad el SHAEF impulsó a Montgomery a que
llegase cuanto antes a la costa del Báltico, lo que hizo el 2 de mayo de 1945,
impidiendo que los soviéticos prosiguieran su avance hasta Dinamarca.
Eisenhower renunciaba así a Berlín y a un posible embrollo político, ajeno a su
formación y función castrense. Ante las veladas protestas de Churchill, el Alto
Mando norteamericano expresó que sólo Eisenhower está en situación de saber
cómo librar esta batalla y explotar al máximo los cambios de situación…, las
ventajas psicológicas y políticas de la posible captura de Berlín no pueden
prevalecer sobre las consideraciones militares, imperativas, que consisten en
la destrucción y desarticulación de las fuerzas armadas alemanas.
Hitler había designado sucesor, como Reichspräsident, al Almirante Dönitz,
tras repudiar por traidores al Reichsmarschall Göring y al Reichsführer
Himmler. Desde su Cuartel General en Flensburgo, en Schleswig-Holstein, decidió
parar la guerra. El 4 de mayo envió al Almirante Von Friedeburg al Cuartel
General de Montgomery, en la Landa de Luneburgo, en la Baja Sajonia, donde Von
Friedeburg firmó ante el Mariscal la rendición incondicional de todas las
tropas alemanas en Dinamarca, Países Bajos y Noroeste de Alemania. El 7 de
mayo, en Reims, en la Champaña, en el SHAEF, el General estadounidense Bedell
Smith recibió del General Jodl, una vez más en representación de Dönitz y
acompañado de Von Friedeburg, la rendición de todos los ejércitos alemanes con
asistencia de los representantes soviético (Susloparov), británico (Morgan) y
francés (Sevez). Pero el Alto Mando soviético entendió que Susloparov no tenía
autorización para representar a la Unión Soviética y exigió otra ceremonia de
capitulación, al día siguiente, en el Cuartel General del Ejército Rojo, en el
Museo de Berlín-Karlhorst; allí el Mariscal Keitel, acompañado del
representante de la Luftwaffe (Stumpff) y otra vez de Von Friedeburg, firmó la
rendición de todas las fuerzas armadas de Alemania ante el Mariscal Zhukov con
asistencia de los representantes británico (Tedder), norteamericano (Spaatz) y
francés (De Lattre de Tassigny). Ese mismo día 8 el General Hilpert firmó ante
el Mariscal Govorov la rendición del aislado Grupo de Ejércitos de Curlandia.
La guerra en Europa había terminado formalmente (ahora hace 70 años)
después de 5 años, 8 meses y 8 días; y, aunque hasta el día 10 el Grupo de
Ejércitos Centro (Schörner) siguió combatiendo contra los partisanos checos en
Praga, el 8 de mayo de 1945 se conmemora como el VE Day -Día de la Victoria en
Europa-. Se pasaba una página y se abría otra: la de la rectificación de
fronteras, la desnazificación, el suministro de alimentos a las poblaciones
desvalidas, los desplazamientos masivos, el asentamiento de refugiados, la
vuelta de (algunos) prisioneros a sus casas, la búsqueda de desaparecidos, la
desmovilización de ejércitos, la reconstrucción de ciudades y vías de
comunicación, etc.
Pero, sobre todo, se abría la exigencia de responsabilidades por los
atroces crímenes de guerra y contra la humanidad perpetrados por el régimen
nacionalsocialista. No es que los jerarcas y militares alemanes fueran los
únicos que cometieron brutalidades. Los soviéticos (como ejemplo, los 20.000
polacos asesinados en Katyn) y los angloamericanos (los campos de prisioneros
alemanes de las riberas del Rin, el bombardeo de Dresde) también cometieron
crímenes. Pero angloamericanos y rusos vencieron y Alemania fue completamente
derrotada. Como espetara el galo Breno a los romanos: Væ victis! (¡Ay de los
vencidos!)
Por otra parte, continuaba la guerra contra el Japón…
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