A primera
vista, las calles de Taft, en el centro de California, no se diferencian de las
de cualquier otra ciudad estadounidense. En las amplías avenidas, flanqueadas
por casas y jardines, hay automóviles estacionados y faroles situados a
intervalos regulares. Una mirada más atenta revela que los faroles no están
alineados, y que hay calles que se retuercen como si sus extremos fueran
atraídos en sentidos contrarios.
Estas
extrañas distorsiones se deben a que, como muchas urbes de California y una parte
de la vía rápida de la bahía de San Francisco, Taft se erige sobre la falla de
San Andrés, fractura de la corteza terrestre que atraviesa 1.050 km del
territorio continental de EE.UU.
Una faja que
se extiende de la costa norte de San Francisco al Golfo de California y que se
hunde 16 km en la tierra marca el punto de encuentro de dos de las 12 placas
tectónicas en las que se asientan océanos y continentes. Con un grosor promedio
de 100 km, estas placas están en constante movimiento, pues flotan en la capa
fluida del manto interno de la Tierra, empujándose una a la otra con enorme
fuerza al cambiar de posición y deslizarse. Cuando chocan directamente, el
impacto produce gigantescas cadenas montañosas, como los Alpes y los Himalaya.
Pero las circunstancias que rigen la falla de San Andrés son muy diferentes.
Allí
confluyen los bordes de la placa Norteamericana (sobre la que se asienta buena
parte del continente) y los de la placa del Pacífico (que sostiene casi todo el
litoral de California), pero se enfrentan como engranajes mal alineados, pues
ni topan de frente ni se entrelazan suavemente. Dado que sus cortes se
superponen, la energíafriccional que se forma en sus márgenes no tiene manera
de escapar, lo que da como resultado un leve temblor o un gran sismo, según la
parte de la falla donde se genere esta energía.
En las
“zonas de deslizamiento”, donde las placas se cruzan más fácilmente, la energía
acumulada se disipa en miles de suaves temblores de efecto menor, sólo
detectables por los instrumentos sismográficos más sensibles. En contraste,
algunos tramos de la falla parecerían del todo inmóviles, fijos en “zonas
trabadas”; las placas están tan estrechamente unidas que nada se agita en dirección
alguna durante periodos de hasta cientos de años.
Esta presión
desarrolla grandes tensiones geológicas hasta que, finalmente, las dos placas
se abren paso en una violenta liberación de energía contenida, bajo la forma
habitual de terremotos de por lo menos 7° Richter, como el que devastó San
Francisco en 1906.
La escala,
llamada así en memoria del geólogo estadounidense Charles Richter (1900-1985),
mide la intensidad de los sismos de 1 a 10: los de 2° son los de la graduación
más baja percibida por el hombre, y los de 5 en adelante, los potencialmente
destructivos.
Aunque no
tan arrolladura como la de las zonas trabadas, la actividad de las áreas
ubicadas entre éstas y las de . deslizamiento, conocidas como “zonas
intermedias”, es también espectacular. En la ciudad de Parkfield, situada en
una zona intermedia entre San Francisco y Los Ángeles, pueden registrarse
sismos de hasta 6° Richter cada 20 o 30 años; el más reciente tuvo lugar en
1966. Los ciclos sísmicos de ocurrencia regular en un sector determinado son
propios de esta región.
Los geólogos
calculan que desde el año 200 d.C. se han producido en California 12 grandes
sismos, pero fue la devastación de 1906 la que alertó al mundo sobre la falla
de San Andrés. Con epicentro en San Francisco, este temblor causó daños en un
sector de 640 km de norte a sur. A lo largo de la línea de la falla, el suelo
se desplazó hasta 6 m en escasos minutos, cayeron árboles y cercas y cedieron
caminos y tuberías (lo que provocó la pérdida de agua causante de que el incendio
posterior al sismo se extendiera sin control por la ciudad).
A medida que
avanza el conocimiento geológico y se dispone de técnicas más sofisticadas, los
aparatos de medición registran con mayor exactitud los movimientos y presiones
hidráulicas bajo la superficie terrestre. Los científicos creen que antes de un
gran terremoto la actividad sísmica aumenta ligeramente durante varios años, de
modo que es posible prever futuras catástrofes y contar con horas y aun días de
advertencia. Asimismo, actualmente los arquitectos e ingenieros de estructuras
consideran la posibilidad de temblores en sus proyectos, y diseñan puentes y
edificios capaces de resistir hasta cierto punto los movimientos de la
superficie de la Tierra. Por eso, gran parte de los daños materiales del sismo
de San Francisco de 1989 los sufrieron las estructuras antiguas, no los
rascacielos modernos.
Este sismo,
que costó 63 vidas, sobre todo por el derrumbe de una sección del Bay Bridge,
puente de dos niveles que pende sobre la bahía, no fue el “gran terremoto” que
se piensa habrá de sacudir a California en algún momento de los próximos 50
años.
Se estima
que un temblor de 7° Richter en la región de Los Ángeles causaría daños de
miles de millones de dólares y la muerte de entre 17.000 y 20.000 personas,
mientras que 11,5 millones más se verían afectadas por emanaciones e incendios.
Y, como la energía friccional que se produce a lo largo de la falla es
acumulativa, cada año que pasa sin que el sismo ocurra incrementa su probable
magnitud.
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