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martes, 19 de mayo de 2015

FALLA SAN ANDRES





A primera vista, las calles de Taft, en el centro de California, no se diferencian de las de cualquier otra ciudad estadounidense. En las amplías avenidas, flanqueadas por casas y jardines, hay automóviles estacionados y faroles situados a intervalos regulares. Una mirada más atenta revela que los faroles no están alineados, y que hay calles que se retuercen como si sus extremos fueran atraídos en sentidos contrarios.

Estas extrañas distorsiones se deben a que, como muchas urbes de California y una parte de la vía rápida de la bahía de San Francisco, Taft se erige sobre la falla de San Andrés, fractura de la corteza terrestre que atraviesa 1.050 km del territorio continental de EE.UU.

Una faja que se extiende de la costa norte de San Francisco al Golfo de California y que se hunde 16 km en la tierra marca el punto de encuentro de dos de las 12 placas tectónicas en las que se asientan océanos y continentes. Con un grosor promedio de 100 km, estas placas están en constante movimiento, pues flotan en la capa fluida del manto interno de la Tierra, empujándose una a la otra con enorme fuerza al cambiar de posición y deslizarse. Cuando chocan directamente, el impacto produce gigantescas cadenas montañosas, como los Alpes y los Himalaya. Pero las circunstancias que rigen la falla de San Andrés son muy diferentes.

Allí confluyen los bordes de la placa Norteamericana (sobre la que se asienta buena parte del continente) y los de la placa del Pacífico (que sostiene casi todo el litoral de California), pero se enfrentan como engranajes mal alineados, pues ni topan de frente ni se entrelazan suavemente. Dado que sus cortes se superponen, la energíafriccional que se forma en sus márgenes no tiene manera de escapar, lo que da como resultado un leve temblor o un gran sismo, según la parte de la falla donde se genere esta energía.



En las “zonas de deslizamiento”, donde las placas se cruzan más fácilmente, la energía acumulada se disipa en miles de suaves temblores de efecto menor, sólo detectables por los instrumentos sismográficos más sensibles. En contraste, algunos tramos de la falla parecerían del todo inmóviles, fijos en “zonas trabadas”; las placas están tan estrechamente unidas que nada se agita en dirección alguna durante periodos de hasta cientos de años.

Esta presión desarrolla grandes tensiones geológicas hasta que, finalmente, las dos placas se abren paso en una violenta liberación de energía contenida, bajo la forma habitual de terremotos de por lo menos 7° Richter, como el que devastó San Francisco en 1906.

La escala, llamada así en memoria del geólogo estadounidense Charles Richter (1900-1985), mide la intensidad de los sismos de 1 a 10: los de 2° son los de la graduación más baja percibida por el hombre, y los de 5 en adelante, los potencialmente destructivos.


Aunque no tan arrolladura como la de las zonas trabadas, la actividad de las áreas ubicadas entre éstas y las de . deslizamiento, conocidas como “zonas intermedias”, es también espectacular. En la ciudad de Parkfield, situada en una zona intermedia entre San Francisco y Los Ángeles, pueden registrarse sismos de hasta 6° Richter cada 20 o 30 años; el más reciente tuvo lugar en 1966. Los ciclos sísmicos de ocurrencia regular en un sector determinado son propios de esta región.

Los geólogos calculan que desde el año 200 d.C. se han producido en California 12 grandes sismos, pero fue la devastación de 1906 la que alertó al mundo sobre la falla de San Andrés. Con epicentro en San Francisco, este temblor causó daños en un sector de 640 km de norte a sur. A lo largo de la línea de la falla, el suelo se desplazó hasta 6 m en escasos minutos, cayeron árboles y cercas y cedieron caminos y tuberías (lo que provocó la pérdida de agua causante de que el incendio posterior al sismo se extendiera sin control por la ciudad).

A medida que avanza el conocimiento geológico y se dispone de técnicas más sofisticadas, los aparatos de medición registran con mayor exactitud los movimientos y presiones hidráulicas bajo la superficie terrestre. Los científicos creen que antes de un gran terremoto la actividad sísmica aumenta ligeramente durante varios años, de modo que es posible prever futuras catástrofes y contar con horas y aun días de advertencia. Asimismo, actualmente los arquitectos e ingenieros de estructuras consideran la posibilidad de temblores en sus proyectos, y diseñan puentes y edificios capaces de resistir hasta cierto punto los movimientos de la superficie de la Tierra. Por eso, gran parte de los daños materiales del sismo de San Francisco de 1989 los sufrieron las estructuras antiguas, no los rascacielos modernos.



Este sismo, que costó 63 vidas, sobre todo por el derrumbe de una sección del Bay Bridge, puente de dos niveles que pende sobre la bahía, no fue el “gran terremoto” que se piensa habrá de sacudir a California en algún momento de los próximos 50 años.


Se estima que un temblor de 7° Richter en la región de Los Ángeles causaría daños de miles de millones de dólares y la muerte de entre 17.000 y 20.000 personas, mientras que 11,5 millones más se verían afectadas por emanaciones e incendios. Y, como la energía friccional que se produce a lo largo de la falla es acumulativa, cada año que pasa sin que el sismo ocurra incrementa su probable magnitud.


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