Stanislas Wawrinka es un jugador profesional de tenis nacido el
28 de marzo de 1985 en Lausana, Suiza. A pesar que su apellido es polaco, su
padre Wolfram es alemán y su madre Isabelle es suiza, y sus abuelos son checos.
En el año 2003 ganó el trofeo de Roland Garros en la categoría juniors. El 12
de mayo de 2008 aparece por primera vez en su carrera en el top10 del ranking
ATP tras alcanzar la final en el Masters de Roma. John McEnroe ha declarado que
el suizo tiene uno de los reveses más poderosos que ha visto y el mejor revés a
una mano de la actualidad.
En los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 compite junto a su
compatriota Roger Federer, llegando sorpresivamente hasta la final, y dejando
en el camino a la pareja clasificada número uno Bob Bryan/Mike Bryan, para
conseguir así la medalla de oro tras imponerse en la final a la pareja sueca
integrada por Simon Aspelin y Thomas Johansson por 6-3 6-4 6-7(4) 6-3. Por ello
el "equipo de oro FedRinka" fue galardonado con el premio Equipo
Suizo del Año 2008. Su entrenador es Dimitri Zavialoff.
Nada más poner el pie en Roland Garros, montó en cólera: “Es
basura. Deberían tomar medidas para que la persona que ha escrito eso no siga
trabajando aquí”. Apuntaba Stanislas Wawrinka (Lausana, 30 años), finalista el
torneo tras batir a Jo-Wilfred Tsonga por 6-3, 6-7, 7-6 y 6-4, a una noticia
publicada en la web oficial del evento en la que se aludía a su vida personal,
tempestuosa desde hace unos años. “Esto es un acontecimiento deportivo, tenis,
así que deberían hablar solo de tenis, y nada más”, expuso el suizo, Stan the
Man o Iron Stan, como se quiera, adversario el próximo domingo (15.00,
Eurosport) de Novak Djokovic o el escocés Andy Murray, cuyo duelo fue
suspendido por amenaza de lluvia y falta de luz.
Explotó Wawrinka porque desde hace meses su nombre se asocia más a la
crónica rosa que a su juego, encallado en la primera mitad del año pese a que
posea, probablemente, el revés a una mano más poderoso de todo el circuito
masculino. “Estoy cansado de esto”, repite una y otra vez. Sin embargo, los
picos de sierra que dibuja su carrera profesional han estado irremediablemente
ligados a su entorno familiar, definitivamente roto desde que hace dos meses
confirmase el divorcio con su exmujer Ilham Vuilloud, una popular presentadora
de la televisión suiza con la que mantenía una relación sentimental desde hace
10 años y con la que contrajo matrimonio en 2009.
Apenas un curso después, el enlace se resquebrajó. Wawrinka renunció a su
esposa y a su hija Alexia porque no quería interferencias de ningún tipo en su
trayectoria tenística, pero unos meses después se arrepintió y decidió regresar
a casa. Desde entonces, sus resultados han ido oscilando; alternancia de fases
brillantes con inviernos demasiado duraderos. En 2014 elevó su primer trofeo de
un Grand Slam, al doblegar a Rafael Nadal en Australia. Pero después, más allá
de un título en Montecarlo y el caramelo de la Copa Davis lograda por Suiza,
poca cosa. En 2015, las semifinales de Melbourne y Roma –ganó Chennai y
Rotterdam, citas menores– eran el mejor registro de un jugador considerado como
uno de los más talentosos.
Hasta ayer. En una Chatrier que parecía una caldera, con 35 grados de
temperatura –aunque una sensación térmica superior– y muchísima humedad, Stan
dejó de hibernar. Caía fuego en París y tenía a la grada en contra. “¡Allez
Tsonga, allez Tsonga!”, gritaba una y otra vez el público francés, deseoso de
volver a ver a un tenista de casa jugar la final en París; desde que Henri
Leconte lo hiciera en 1988 no ha podido hacerlo. Pero Tsonga, sumido estos años
en un sueño aún mucho más profundo que el de su contrincante –desde 2011
(Bercy) no lucha por un título en un escenario de altura–, se derritió en la
recta final. Desperdició hasta 16 bolas de break (de 17 opciones), sufrió 60
winners y se inclinó después de tres horas y 46 minutos de agonía.
Al otro lado Wawrinka, un hijo más de la inmigración suiza, se tocaba las
sienes con sus índices. Miraba a su palco, del que no estaba muy lejos el
legendario Bjorn Borg, seis cetros de Roland Garros. Sabía Stan que tiene la
oportunidad de relanzar su carrera, de ganar un torneo que en su día (2009)
conquistó su compatriota Roger Federer, cuya sombra es infinita para él.
“Puedes igualar a Roger aquí. ¿Qué te parece?”, le plantearon tras vencer.
“Gracias por mencionar a Roger en la primera pregunta”, respondió, antes de la
autoafirmación: “Sólo sé que cuando hago mi juego, puedo ganarle a cualquiera”.
Tutelado por el sueco Magnus Norman desde 2013, el triunfo contra Tsonga le
garantiza al helvético la ascensión del noveno al sexto puesto del ránking
mundial –su pico fue el tercero, en enero de 2014–. Aspira ahora, además, a ser
el primer campeón júnior que luego levanta el trofeo en profesionales desde
Mats Wilander (1988). Y es que Wawrinka quiere dejar atrás el invierno y el
pasado –en 2014 se marchó de París en primera ronda–. Ya lo dice su antebrazo
izquierdo, tatuado con una frase del dramaturgo irlandés Samuel Beckett: “Lo
intentaste. Fracasaste. No importa. Sigue intentándolo. Vuelve a fracasar.
Fracasa mejor”.
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