Don José Faustino Sánchez Carrión nació en Huamachuco, Región La
Libertad, el 13 de febrero de 1787. Ese día, dice Raúl Porras Barrenechea:
“Huamachuco, marca incaica, curato español, capital de provincia republicana,
se ilumina particularmente de gloria y de esperanza... porque ese día nace en
su seno... el fundador de la república”. A los tres días, el 16 de febrero, fue
bautizado por el cura Joseph Carrión, homónimo y pariente suyo. José Faustino
Sánchez Carrión fue hijo de don Agustín Sánchez Carrión y de la cajabambina
doña Teresa Rodríguez y Lesama. Los Sánchez Carrión-Lesama fueron de
ascendencia española y vivieron en la mejor casa de Huamachuco, comprada en el
año 1784 a doña Juana Sal y Rosas, en la plaza principal, al lado de la
iglesia. Estos españoles tuvieron siete hijos, de los que sobrevivieron sólo
dos: Fermina, la mayor, y José Faustino,
el quinto. José Faustino, pues, fue de sepa criolla.
José Faustino destaca no solo por su fervor y vocación sino por
sus dotes de literato y orador. En el segundo y tercer de seminarista, es
elegido para decir la oración en latín en la ceremonia de inauguración del año
escolar, lo que era un premio y se le otorgaba al mejor alumno. Dicho evento
académico se hacía delante de la imagen de la Virgen de Nuestra Señora de
Loreto y contaba con la asistencia del deán, los cabildantes y la crema y nata
de la sociedad de Trujillo. La oratoria y el fino manejo del latín de José
Faustino llenaron las expectativas de los asistentes, quien fue congratulado
efusivamente durante los dos años.
El obispo José Carrión lo había aprobado a José Sánchez Carrión,
el que más tarde sería uno de los precursores de la independencia, mientras que
él, el obispo, era un realista a carta cabal, tan trejo que luego de que San
Martín proclamara la independencia del Perú se largó a España convencido que
esta tierra ya no era suya. Pero mientras estuvo en el Perú, lo apoyó en todo
al clérigo José Faustino y suplió en buen parte los afectos paternos que
seguramente el huamachuquino sintió disminuidos desde 1808, año en que don
Agustín Sánchez Carrión, su padre, volvió a contraer nupcias con doña
Sebastiana Palomino, unión de la que nació su medio hermano: Mariano.
Desde el año 1810, José Faustino ejerce la cátedra en el San
Carlos de Lima en los cursos de Leyes y Cánones y en Digesto viejo. En el año
1812, a nombre del convictorio, pronuncia un discurso estando presente el
virrey Fernando de Abascal y Souza, a propósito de un aniversario de la
promulgación de constitución española en Lima. Toda la arenga es un canto a las
libertades. En uno de sus párrafos dice, refiriéndose a los hombres de una
nación: “Cada uno de sus ilustres individuos siente en sí mismo la dignidad de
un hombre y se precia de ser parte esencial de la soberanía... No hay duda, todos
somos iguales delante de la ley, y la virtud y los talentos tienen abierta la
carrera de la gloria en cualesquiera ciudadanos que se consagren a la patria”.
Los historiadores dicen que al escucharle a José Faustino, el virrey se
incomodó. Sus oidos no estaban para otras ideas que no sean la de la adulonería
y el servilismo. Las de Sánchez Carrión sonaban a insolencia, malcriadez. Lo
cierto es que Sánchez Carrión fue amonestado y prohibido de hacer uso de la
palabra en nombre del San Carlos.
El 4 de setiembre de 1820 el capitán Agustín Sánchez Carrión
extendió un poder para testar a su hijo José Faustino y lo nombró albacea. En
junio de 1821 murió don Agustín y José Faustino tuvo que viajar a Huamachuco
para asistir a su sepelio. Allí se quedó varias semanas, por lo que no estuvo
entre los firmantes del acta de la independencia, tampoco en las ceremonias de
proclamación de la independencia del Perú realizadas en Lima.
Entre tanto, Monteagudo no pudo desoír la voz de José Faustino,
pero su respuesta es atávica porque persigue a los partidarios de la República
con la prisión y el fusilamiento, por lo que la pugna se torna dura entre ambos
bandos. Los republicanos también se muestran firmes, conspiran, jaquean. Se
produce el motín de Balconcillo, destituyen, apresan y destierran a Montegudo,
con lo que el camino para los republicanos está allanado y en noviembre de
1822, muy pocas semanas después del viaje de San Martín a Argentina, se imprime
por primera vez la carta de “El Solitario de Sayán”, difundiéndose sin
problemas las ideas de José Faustino, flamante congresista y secretario del
Primer Congreso Constituyente. Él no estaba de acuerdo con la monarquía, entre
otras razones, porque: “En primer lugar hemos heredado de nuestros antiguos
señores el detestable espíritu de pretenderlo todo y de consiguiente todas las
formas de que es preciso vestirse para conseguir el fin, conviene a saber, la
bajeza, la adulación y el modo de conseguir con las flaquezas del que puede o
debe conceder la gracia, creyéndonos aptos para todo, poco premiados con cuanto
nos dan y dignos del empleo más eminente aunque falten aptitudes y por más que
la comunidad se perjudique con nuestra colocación. De ahí se infiere que aún
puestos con justicia nos damos por mal servidos, maldecimos el sistema
concibiendo que el único es aquel en que nuestro amor propio saca todo el
partido posible”.
El 12 de febrero de 1825, en su calidad de Ministro de Gobierno
y Relaciones Exteriores, lee ante el congreso la memoria del régimen
bolivariano, al que había servido desde el mes de febrero de 1824 hasta febrero
de 1825, un año decisivo en la independencia del Perú. El 18 de febrero de
1825, el Congreso de la República reconoce en Sánchez Carrión a un benemérito
de la patria en grado heroico y eminente por sus “notorios servicios a la causa
de la libertad en consecuencia a su notoria decisión a ella, desde el tiempo en
que fue colegial en el Convictorio de San Carlos, por lo que se empeñó el
gobierno español en expulsarlo de dicha casa”.
El 2 de junio de 1825 muere José Faustino Sánchez Carrión en la
localidad de Lurín. Bolívar, muy consternado ante la noticia, le escribe una
carta de pésame a doña María Josefa. En uno de sus párrafos dice: “Más yo me
consuelo al considerar que él fue virtuoso, como nadie, y que se ha sacrificado
por el país. El premio, pues, de tanta virtud, no estaba en la tierra, sino en
el cielo, allá donde tienen su mansión las almas justas”
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