María Callas
(Maria
Anna Sofia Cecilia Kalogeropoulos; Nueva York, 1923-París, 1977) Soprano
estadounidense de origen griego. Convertida en un mito que sobrepasa con mucho
el estrecho círculo de los amantes de la ópera, a ello han contribuido, sin
duda, su portentosa voz, capaz de los matices y colores más insospechados, y su
personal forma de abordar la interpretación de los personajes en escena.
Verista, sensual y moderno, su estilo revolucionó los usos y costumbres de los
grandes divos y divas de su época, mucho más estáticos en sus movimientos.
También ayudaron a la gestación del mito, en buena medida, su desdichada vida
privada y su prematura muerte.
Hija de
un emigrante griego, María Callas regresó con su familia a Atenas cuando
contaba trece años. Poco después ingresó en el Conservatorio de la capital
helena, donde tuvo como profesora de canto a Elvira de Hidalgo. Su formación
fue lenta y nada había en ella que permitiera presagiar a la futura diva;
miembro de la compañía de la Ópera de Atenas desde 1940 hasta 1945, tuvo
oportunidad de familiarizarse con los grandes papeles de su cuerda y de ganar
experiencia escénica. El estreno de la ópera de Manolis Kalomiris El
contramaestre, uno de los pocos títulos del repertorio contemporáneo que abordó
en su carrera, y los papeles titulares de Suor Angelica y Tosca de Puccini y de
Leonora del Fidelio beethoveniano, fueron algunos de los títulos que interpretó
en esta primera época.
Tras
rechazar un contrato en el Metropolitan Opera House de Nueva York, marchó a
Italia, donde debutó en la Arena de Verona en 1947 con La Gioconda de
Ponchielli. El éxito que obtuvo en esas representaciones atrajo sobre ella la
atención de otros prestigiosos teatros italianos. Su carrera estaba desde
entonces lanzada: protegida por el eminente director de orquesta Tullio
Serafin, cantó Turandot, de Puccini, Aida y La forza del destino, de Verdi, e
incluso Tristán e Isolda, de Wagner, ésta en versión italiana.
Su
personificación de la protagonista de la Norma de Bellini en Florencia, en
1948, acabó de consagrarla como la gran soprano de su generación y una de las
mayores del siglo. La década de 1950 fue la de sus extraordinarios triunfos: en
absoluta plenitud de sus medios vocales, protagonizó veladas inolvidables,
muchas de ellas conservadas en documentos fonográficos de inestimable valor, en
las que encarnó los grandes papeles del repertorio italiano belcantista y
romántico para soprano.
Además,
inició la recuperación de algunas obras olvidadas de autores como Cherubini
(Medea, una de sus creaciones más impresionantes y cargadas de dramatismo),
Gluck (Ifigenia en Tauride), Rossini (Armida) o Donizetti (Poliuto), práctica
esta que sería imitada por otras insignes sopranos como Joan Sutherland o
Montserrat Caballé. En esos años, el director de cine y teatro Lucchino
Visconti firmó para ella algunos de sus montajes más importantes, como La
Traviata que pudo verse en 1955 en la Scala de Milán o la Anna Bolena que en la
misma escena se representó en 1957.
Su vida
personal, sin embargo, distó mucho de ser afortunada: su primer matrimonio
(1949) con el empresario G. B. Meneghini se rompió al cabo de diez años, y su
posterior relación con el millonario griego Aristóteles Onassis tampoco le
aportó la felicidad ni la estabilidad necesarias para proseguir su carrera.
Ésta
perdió fuerza en la década de 1960, y en 1965 anunció que se retiraba de los
escenarios a consecuencia de su frágil salud. No obstante, no abandonó el
canto, y así, en 1974 realizó junto al tenor Giuseppe Di Stefano una gira de
conciertos por Europa, Estados Unidos y Extremo Oriente. En estos años se
dedicó también a la enseñanza musical en la Juilliard School. Su muerte
repentina, a causa de un ataque cardíaco, dejó un hueco en el mundo de la
lírica que ninguna otra soprano ha sido capaz de ocupar.
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