Nace el Compositor
En el primer
semestre de 1916 Felipe ingresó a trabajar como operario en la imprenta “El
Gráfico”. Con su compañero de la infancia Jorge Lázaro Loayza, integró el
equipo de la Federacíón Gráfica y poco después vistió la camiseta del “Sportivo
Uruguay”. Pero por muy poco tiempo. Porque recrudecieron los dolores en la
rodilla, cada vez más insistentes. Por tal motivo debió ingresar por primera
vez al Hospital Dos de Mayo, donde le extrajeron líquido de la rodilla. Pero
aquello no fue solución a su terrible padecimiento.
Con este dolor a
cuestas y otros que preocupaban a su inteligencia y su espíritu. Felipe
abandonó el Hospital decidido a cerrar el desarticulado capítulo de su vida
juvenil y abrir el más importante de su existencia. Sería puntual empleado de
alguna casa comercial en el centro de Lima, formaría su hogar y así sus días transcurrirían
apacibles. El destino sin embargo, le tenía reservadas intocables sorpresas y
un ritmo existencial mucho más importante que sería trascendente dentro del
proceso histórico de la música criolla peruana.
Los contornos
bulliciosos de Mercedarias, las madrugadas friolentas en el Callejón del Fondo,
la repetida promesa de enmienda ante las imágenes de la Iglesia de Nuestra
Señora del Prado, y el calor de hogar avivado por la tía Venturita, delinearon
el universo cotidiano de felipe Pinglo Alva. Sabía que, más allá de estas
fronteras, palpitaban pequeños mundos de diversión seductora. Hasta el día en
que decidió aventurarse en ellos con la guitarra acunada entre sus brazos y
llevando en los labios los versos de “Amelia”. Fue este el primero de sus valses,
compuesto a los diesiciete años de edad, no se sabe para cual ignorada vecinita
de los Barrios Altos.
El año 1917 fue
decisiva en la vida de Felipe. Había cumplido dieciocho años, la sangre hervía
en sus venas y su inspiración febril buscaba motivos para cantar al presente y
así ahogar las penas y dolores del pasado. Jaranas criollas que eran
tradicionales reuniones animadas desde la noche anterior de la serenata y
después durante largos días con abundante comida, canto y baile, recibieron con
los brazos abiertos al jovencito frágil que llegaba en busca de experiencia.
Eran días en que
los famosos Montes y Manrique competían con los hermanos César y Manongo
Andrade, Julio Vargas y Gamarra y Salerno, en la interpretación del variado
repertorio criollo. Tiempos de Miguel Almeneiro, el “borrao” Mifflin, Alejandro
Sáenz, Justo Arredondo y Pedro Bocanegra, auténticos maestros de la guitarra y
el canto, figuras indispensables de la jarana limeña.
Pinglo Guitarrista y Cantante
Quienes conocieron
a Pinglo y alternaron con él en noches de fiesta, recuerdan su rostro triste y
el tono de su voz muy medido durante la conversación y el canto. Pedro Espinel
conoció a Pinglo el 15 de diciembre de 1926 en casa de la familia Meneses,
junto al cine Olimpo, en la Victoria. Llegó con Guillermo Torreblanca, chalaco,
gran cantor de tangos y pasillos. En aquella ocasión nació una gran amistad
entre ellos, rubricada con el apadrinamiento de Pinglo con Rosa García, de las
hijas de Espinel, Olga en 1932 y Victoria en 1933.
Contaba Espinel que
Pinglo era cantante de suave y entonada voz, hábil en el manejo de la guitarra
a base de acordes muy melódicos, eximio ejecutante del fox trot y conocedor del
charleston, camel trot, charaván, blues y tangos. Alcides Carreño fue gran amigo
de Pinglo. Compositor y cantante de moda, recibió el encargo del “maestro”, de
estrenar “Rosa Luz” en 1929 en el teatro Apolo, y “El Plebeyo” en el Alfonso
XIII del callao, en 1930. Testimonio de esa amistad mostraba carreño en la
dedicatoria que Felipe escribió al pie de la letra de “La Oración del
Labriego”: Con todo cariño para el excelente cancionista Alcides carreño y para
que lo prestigie, incluyendolo en su repertorio criollo. Lima 14 de setiembre
de 1935. El autor: Felipe Pinglo.
Filomeno Ormeño
recordaba a Pinglo cuando en 1935, llegó a Radio Internacional con Costa y
Monteverde, para cantar su vals reciente “El Espejo de mi Vida”. Aquella fue la
única presentación del “maestro”. Ormeño refería que la técnica de Pinglo para
tocar la guitarra no era la mejor y que su voz adolecía de algunos defectos.
Pero que era emocionante escucharlo. La versión ofrecida por Aurelio Collantes
fue lapidaria: cantando era malo y tocando la guitarra, peor.
Lucho de la Cuba
contaba haber conocido a Pinglo en 1932, durante una jarana en la calle Buenos
Aires. Corroboraba las palabras de Collantes, sin embargo admitía los efectos
muy emocionantes producidos por la interpretación que hacía de sus propias
canciones.
Luis Enrique, El
Plebeyo
Felipe Pinglo puede
ser discutido en cuanto a sus habilidades de cantor y guitarrista. Pero nadie
pone en tela de juicio sus talentos musicales y versificador, de manifiesto en
tantas composiciones suyas aún no superadas: El huerto de mi amada, La oración
del labriego, Bouquet, Amelia, Jacobo el leñador, Pobre obrerita, Claro de
luna, De vuelta al barrio y su máxima obra, El plebeyo.
En torno a la
motivación de “El Plebeyo” contaba Jorge Lázaro Loayza lo siguiente: “Felipe
llegaba siempre hasta mi sastrería, en la calle Trinitarias, para conversar y
también para tocar guitarra en la trastienda. Durante una de estas reuniones,
referí a Felipe aquel pequeño y juvenil drama sentimental que me había tocado
vivir. El puso mucha atención en mi historia y se fue sin hacer mayor
comentario. Días después, llegó Felipe para hacerme escuchar el vals que había
compuesto sobre mi frustrado amor, pero sin usar mi nombre sino el de un
personaje ficticio, Luis Enrique, pues me dijo que mi drama era universal”.
La versión de
Aurelio Collantes adjudicaba el drama a Luis Enrique Rivas, un tejedor de
canasta que vivía en la parte baja del Cerro San Cristobal. Por algunas
referencia de amigos de Pinglo a quienes consulté para escribir su biografía,
creo que el drama de Luis Enrique fue el propio drama vivido por Felipe entre
1921 y 1923, cuando se alejó de los Barrios Altos para hacer vida bohemia en La
Victoria. Dicen que allí se enamoró Gianina, bellísima hija de 17 años del
industrial italiano Zuccarello. El compositor era correspondido, motivo por el
cual los padres de la niña la enviaron a Italia, a vivir con sus abuelos en
Florencia.
Al márgen de estos
y otros comentarios al respecto, “El Plebeyo” planteó un drama social porque
Luis Enrique era el plebeyo que amaba a una aristócrata. Pero no era
correspondido no obstante que “mi sangre aunque plebeya también tiñe de rojo” y
“amar no es un delito porque hasta Dios amó”. Felipe Pinglo con su abundante y
extraordinaria producción, estaba inaugurando un nuevo capítulo en la historia
de la música criolla peruana. El vals había sido, de modo preferente,
inexpresivo conjunto de versos superficiales y fáciles melodías. Con Pinglo
adquiere definitiva personalidad. En adelante será intencionado en sus versos,
profundo en su melodía y, escencialmente mensajero de honda emoción social.
“Amelia” abrió las
puertas de la popularidad a su inspirado compositor. El apellido Pinglo
empezaba a ser citado con frecuencia por los pontífices de la música criolla
quienes hablaban del “cojito” con el tono paternal y suficiente que les
autorizaba su jerarquía bohemia. Estimulado por el éxito de su primer vals,
Felipe se entregó plenamente a la tarea de escribir versos y combinar acordes
novedosos, arrancados con singular habilidad de la guitarra compañera.
Augusto Ballón
refería como Pinglo había convertido la casa de Isabel Mejía de Ramírez, en el
Callejón del Fondo, en su cuartel general de operaciones. LLegaba allí todos
los días, a las nueve de la noche, con sus amigos José y Eugenio Díaz,
Guillermo D’Acosta, el “cholo” Tomás Gonzáles, Paco Viela y otros. Tocaban y
cantaban. Ensayaban las últimas obras de Felipe haciendo tiempo “hasta la hora
de la serenata”. Fue por esto que Teofila Ramírez “la coco”, hija de la “buena
Isabel”, aprendió todas las composiciones del Maestro. Teofila Ramírez, en
plena juventud, se convirtió en esposa de Augusto Ballón.
De Vuelta al Barrio
Paulatinamente, la
figura espigada del compositor de los Barrios Altos, se tornó familiar en el
Rimac, Monserrate y La Victoria, en Cinco Esquinas y Cocharcas. Es la época en
que sorprende a sus amigos con su deslumbrante inspiración, capaz de crear un
tema en contados minutos. Entre 1921 y 1923 Felipe se ausenta de los Barrios
Altos, cautivado por la bohemia de La Victoria; también por Esperanza,
enamorada cuyo apellido nadie ha podido precisar, y por las estrellas morenas
de Alianza Lima. A los 24 años de edad, Pinglo era compositor celebrado.
En 1924 retornó al
barrio de sus amores donde fue recibido por sus amigos con el calor de quienes
esperaban al hermano ausente. La fecunda inspiración de Pinglo se vuelca
emocionada en el vals “De vuelta al barrio” en el que menciona a la “buena
Isabel” Mejía de Ramírez. Este canto, que Jorge Basadre calificó “de amor
entrañable a los Barrios Altos y una expresión de nostalgia del pasado” sirvió
proclamarle líder de su generación.
El 24 de mayo de
1925, Manuel Montañéz y Carlos Zavalaga llevaron a Pinglo a una fiesta en casa
de la familia Rivera, en la calle Rufas. Allí conoció a Hermelinda, a la sazón
de 17 años de edad. Con ella se casó el 11 de mayo de 1926 en la iglesia San
Francisco. El General Luis Salmón y su esposa, Jesús Hidalgo de Salmón,
apadrinaron a la pareja. De la Compañía de Gas donde prestaba servicios, Felipe
fue llevado por el General Salmón a la Dirección General de Tiro. Poco tiempo
después nacieron Carmencita y Felipito. Felipe Pinglo Alva se consideraba
realizado, como padre de familia y claro está, como compositor.
Felipe Pinglo Alva “El
Maestro”
La inspiración de
Felipe Pinglo fluía inagotable y se materializaba en valses y polcas de rápido
éxito. Una tras de otra felipe llenaba las páginas de gruesos cuadernos con
versos, muchos de los cuales quedaron sin música. Durante la revisión habitual
de sus apuntes, repasó los que había dedicado a su esposa Hermelinda y entonces
decidió completar la obra para entregarsela el día de su cumpleaños. Este vals
“Hermelinda” no estan popular como el homónimo de Alberto Condemarin. Ello
obedece al fervor con que Hermelinda Rivera guardó los originales, por muchos
años, negándolos inclusive, a cantores amigos de la casa.
En 1929 los
hermanos Giordano y Alcides Carreño de Trujillo, con las guitarras del “Chino”
Garrido, Filiberto Hidalgo “Tacita” y Lucho Romero “Pindongo” eran figuras
principales de los espectáculos de varietté en los teatros del Cercado, Rimac y
La Victoria. Pinglo encontró en el estilo sentimental de los Carreño, el
adecuado para sus canciones. Por eso les pidió incluír algunos valses de su
producción en la lista de sus éxitos. Ese año, los Carreño estrenaron “Rosa
Luz” en el teatro Apolo, con notable suceso.
El cancionero
semanal “La Lira Limeña”, ocho páginas del tamaño de un cuaderno escolar,
dirigido por Drope A. von Asca, seudónimo de Pedro Casanova con administración
en Caballos 630, público en su Nº 123 los versos de “Rosa Luz” y la marinera
“Alianza Lima” con esta leyenda: “Cantando con acompañamiento de guitarra en la
Sala Manco Capac, en la noche del beneficio del señor Alcides Carreño más
conocido por Alma del Rimac, quién otorgó una medalla de oro que consistía el
premio señalado para la mejor canción, al señor Felipe Pinglo Alva, autor de la
hermosa composición”.
Esa marinera, los
valses ” Juan Rostaing” y “Juan Valdivieso” y los one-steps “Alejandro
Villanueva” y “Los Tres Ases” - Arturo Fernández, Juan Valdivieso y Víctor
Lavalle - son las canciones con las que el Maestro rindió homenaje al Club
Alianza Lima y a los años de inolvidable bohemia en los barrios Altos.
Al cerrar 1929 el
Maestro había escrito tantos valses tan buenos, suficientes para merecer alguna
mención en los diarios y en las revistas de la época. Sin embargo, la
indiferencia de los grupos exquisitos retaceó el reconocimiento que merecía su
calidad, lo mismo que la de Alberto Condemarin, Pablo Casas, Samuel Joya,
Eduardo Márquez Talledo, Laureano Martínez, Alcides Carreño, Guillermo Suárez,
Carlos A. Saco, Pedro Bocanegra, Guillermo D’Acosta, Braulio Sancho Dávila,
Emilio Visosa, Augusto Ballón y Moisés “Frirora” Medina entre otros,
indiferencia que Jorge Basadre comenta como “la falta de valoración de estas
figuras, algunas de las cuales actuaron después de 1930″.
Solamente las
páginas del cancionero “La Lira Limeña” acogieron a estos compositores,
publicando sus obras y divulgándolas entre el pueblo. Los valses de Pinglo
ocupaban páginas preferentes porque habían conquistado al público, con la
sencilles de sus versos y la tierna musicalidad que les acompañaba. El nombre
de Pinglo era mencionado con admiración y respeto, aunque sin la clara
concepción del significado histórico de su producción excepcional.
La Muerte del Maestro
En Abril de 1935,
Felipe debe guardar cama, debido a los fuertes dolores que siente en la rodilla
izquierda y también por los cada día más agudos espasmos que le produce la
bronquitis mal curada. A principios de 1936 su salud se quebranta aún más. El
15 de abril es internado en el Hospital Dos de Mayo, en la sala Odriozola, cama
N° 27, donde es atendido por el Dr. Carlos Bambaren, jefe de la sección. Pero
el 27 abandona el Hospital y retorna a su casa, al amparo de esta sencilla
argumentación: “Los médicos quieren experimentar conmigo, y eso no lo voy a
soportar”.
Durante esos días
de abril y los primeros de mayo, refiere carmen Pinglo que su mamá “preparaba
el café en una lata grande a fin de que alcanzara para todos los que acudían a
la casa. Los amigos no olvidaron a mi papá en estos días difíciles”. El Dr.
Ernesto melgar, casado con estela Salmón, hija del general Salmón, padrino de
matrimonio de Felipe, atiende al enfermo aunque sin esperanza de salvarle la
vida. El 6 de mayo, en su lecho de enfermo, concluyó el vals “Hermelinda”
dedicado a su esposa.
A las 5 de la
mañana del 13 de mayo de 1936, a los 36 años de edad, murió Felipe Pinglo Alva,
con los ojos fijos en la imagen de la Virgen del Carmen. La calle estaba
silenciosa, apenas húmeda por la lluvia que caía desde la noche anterior. Al
día siguiente fue sepultado. Esa misma noche en la casa de Alberto Menacho, en
los altos del N° 1063 de Mercedarias, Pedro Espinel fundó el primer Club
Musical “Felipe Pinglo Alva”.
Felipe Pinglo fue
hombre sencillo que no alcanzó a vislumbrar los contornos extraordinarios de su
auténtica dimensión. Con generosidad propia de su desprendimiento, hacía
participar a sus amigos como coautores de composiciones que le pertenecían
exclusivamente, y las obsequiaba o dedicaba a quienes se las pedían, si con
esto los hacía felices. Su entrañable amigo José Díaz comparte con Pinglo
títulos como “Tu nombre y el mío”, “Melodías del corazón”, “Jacobo el leñador”,
“Amor a 120″ y “Hora del amor”, tal como aparecen en “La Lira Limeña”. No
obstante este documento, José Díaz jamás proclamó su participación eb tales
obras porque sabía de la generosidad de Pinglo y porque lo respetaba. En
cambio, Pedro Montalva pretendió hacer valer derechos de coautor que no le
pertenecían.
Valoración de Felipe
Pinglo
Acerca del genial
compositor de los Barrios Altos escribió Sebastián Salazar Bondy: “Hablar del
vals criollo es referirse a un limeño representativo: Felipe Pinglo Alva. Los
grandes libros no lo citan, pero su memoria y su obra persisten en el pueblo.
En las melodías que compuso y en sus ingenuos versos el hombre oscuro de la
ciudad halló su alma trémula, su neblina interior, su desahogo. No fue el
trovador encendido y pasional de un grupo humano poseído por la joie de vivre:
fue por el contrario, eco de las angustias de aquellos que, por injusticia
secular, un egoísmo sistemático colocó al margen de la felicidad”.
En 1939, en el film
nacional “Gallo de mi galpón” Jesús Vásquez y Las Peruanitas
-las hermanas
Loayza- interpretaron canciones de Pinglo. Al año siguiente, el argumento de El
Plebeyo fue llevado al cine con J. Saravia en el rol principal. Pero fracasó
por mala dirección artística. El cine mexicano produjo también, en la década de
los años sesenta, una película inspirada en el vals del Maestro.
En 1942 subió al
escenario del teatro Metropolitan la revista musical “Melodías de Pinglo” con
libreto y escenografía de Augusto Naranjo y Aurelio Collantes. Fueron
escenificados los valses “Oración del labriego”, “Mendicidad”, “Bouquet” y “El
plebeyo”. En los roles estelares actuaron Las Criollitas -Eloisa Angulo y
Margarita Lynch- Rosita Passano, Delia Vallejos, maría Jesús Jiménez y la
pequeña Carmencita Pinglo.
-El busto que
corona el mauseleo de Pinglo en el Cementerio General, es obra del escultor
Artemio Ocaña. Las guardillas de la tumba fueron diseñadas y forjadas por el
decimista Nicomedes Santa Cruz en su taller de herrería, en el jirón Pastaza.
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