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martes, 9 de junio de 2015

PABLO ECHENIQUE / ESPAÑA.




Pablo Echenique
Nací en Rosario, Argentina, el 28 del 8 de 1978, en el número 1868 de la calle Brown, y tengo oficialmente un 88% de minusvalía. Aunque, por supuesto, ninguna de estas cosas me definen. Así habla de sí mismo Pablo Echenique en su página personal. Dice que la sociedad le parece un asunto mucho más complicado que la mecánica cuántica y se preocupa tanto de una cosa como de la otra. Escribe habitualmente en el espacio De retrones y hombres, de eldiario.es. Me pareció interesante descubrir qué es lo que define a Pablo, aparte de la ristra de palabras que adornan su currículum. Mereció la pena.
Por Antonio Montesinos



Sueles decir que el lenguaje te importa bastante poco. Explícamelo.
Contrariamente a lo que piensa mucha gente, lo que se dice es mucho más importante que las palabras que utilizamos para decirlo. Mira, por ejemplo, mi caso. Si tú me dices discapacitado, retrón, cascao o disfuncional te estás refiriendo a una misma realidad. Te estás refiriendo a mí. A una persona con unas características determinadas. Por mí puedes utilizar la palabra que más te apetezca. Le estamos haciendo un caso desproporcionado a la elección de las palabras. Lo importante es el fondo. Ojo, que no estoy diciendo que las palabras no tengan importancia, lo que ocurre es que nos estamos saliendo del tiesto. Se nos va mucha energía en estos asuntos, cuando lo realmente importante es otra cosa.
¿Qué cosa?
Pues la situación real de las personas con discapacidad. Cómo son atendidos, en qué condiciones se encuentran las residencias, si se cumple o no la Ley de Dependencia…
No es una opinión frecuente la tuya.
Pues no. Además, este es un tema que crea división. Es una pena que por cuestiones formales se cree separación entre personas que, en el fondo, piensan lo mismo. Me parece una pérdida de tiempo que estemos discutiendo si a alguien hay que llamarlo cojo o discapacitado.
Pues creo que lo tienes difícil, Pablo…
Es un esfuerzo inútil. Porque, independientemente de la palabra que utilices, siempre va a haber alguien a quien no le guste. Hace poco me tropecé con un artículo sobre discapacidad intelectual escrito en El País en el año 1977. El artículo es fantástico, de una lucidez tremenda, pero resulta que el término que emplean es el de subnormal. Ya le gustaría a muchos de los que hoy se enzarzan en esas batallas tener la claridad de miras de los que escribieron ese artículo.


Creo que en tu blog ya has tenido algún episodio de estos…
Sí. Escribo habitualmente para eldiario.es y algunos lectores se han quejado de las palabras que utilizamos para referirnos a nosotros mismos. He de decir que son una minoría, pero sí, claro, me pasa constantemente. Llega un momento en que es difícil distinguir a esta gente de los trolls de Internet (risas). No lo son, porque realmente creen en eso que hacen, lo que ocurre es que consiguen desviar tanto la atención del núcleo del mensaje que, al final, hacen lo mismo que los trolls. De hecho, me he visto obligado a publicar varios artículos hablando de este asunto, cuando es un tema que se soluciona en dos frases. De todas formas, el balance general del blog es positivo, ya que gente que no piensa como nosotros ha entrado a discutir de manera muy constructiva sobre estos asuntos aportando su punto de vista de forma muy civilizada.
De todas formas, muchos de los defensores de cuidar el lenguaje a esos niveles lo hacen argumentando que el lenguaje crea realidad. Es decir, que la forma que damos a nuestro discurso configura la imagen del mundo de muchos de los que escuchan. Ahí no se equivocan…

No. Para nada. Si tienen razón… Mira, por ejemplo, el lenguaje utilizado por los medios de comunicación para defender el modelo económico imperante. Sin duda somos como somos porque estamos expuestos a un discurso concreto. El lenguaje es poderosísimo. Yo a lo que voy es a que debemos prestar más atención al fondo del discurso antes que a los adjetivos en concreto. Que las palabras no nos despisten de lo que subyace por debajo. Martin Luther King hablaba de negros. Algo que hoy día es impensable en un entorno políticamente correcto. Sin embargo este hombre cambió la realidad.

¿Qué tapa el lenguaje políticamente correcto con respecto a los discapacitados?

Pues la opresión económica que sufrimos. Frente a esto, lo de la elección de los adjetivos no son más que pequeñas batallitas sin importancia. A la ministra de sanidad le da absolutamente igual llamarnos personas con capacidades reducidas que cualquier otra cosa que le digan. Le importa un bledo. A ella lo que le importa realmente es el presupuesto del año que viene de la Ley de Dependencia. Ahí es donde lo sufrimos. A mí me da igual que en el BOE ponga capacidades reducidas, cascao, retrón o subnormal. Lo que me importa son los recursos que destinan a nuestras necesidades. No debemos perder el norte aquí. Parece que nos importa más la etiqueta que el hecho de que cada año bajen la asignación presupuestaria un 15%. Se trata de que los discapacitados puedan ser cada vez más independientes y no volver atrás y cargar ese peso a nuestras familias.


A todo esto se une que el lenguaje, en mano de los políticos, es una herramienta de distracción muy eficiente.

Sin duda. Wittgenstein hablaba de la filosofía como la herramienta que nos permite eliminar la influencia que el lenguaje tiene sobre la comprensión de la realidad. El lenguaje nos ayuda a comprender la realidad en los mismos términos en los que nos permite vivir engañados. No es casualidad que en una época en la que hay tantos problemas materiales urgentes el lenguaje político se haya pervertido tanto. Pregúntale a la gente que está pasando hambre hoy, en febrero de 2014, qué palabra prefiere para definir su situación. Hay que actuar en el plano material ya y dejarnos de disquisiciones inútiles. Que no nos engañen.

De todas formas tú sueles decir algo así como piensa bien y acertarás. ¿No se contradice esto con todo lo que estamos hablando?
(Risas). Esa frase está relacionada con uno de los primeros artículos que escribí para eldiario.es. Yo creo que para que una conversación sea productiva debes pensar lo mejor que puedas de tu interlocutor. Si dialogas con la pistola cargada será difícil sacar algo positivo de tu charla. Cada uno se irá a su casa pensando que el otro es un gilipollas y el asunto a discutir se queda en el mismo punto que al principio. No se trata de algo fácil de llevar a cabo, pero creo que es positivo. La desconfianza sólo genera desconfianza. Evidentemente hay hijos de puta por todas partes de los que tenemos que cuidarnos, pero tener confianza siempre es más productivo para todos.

Estamos hablando de un asunto muy interesante. Se trata de evitar la paja del lenguaje para comprender mejor el fondo de lo que decimos. En este proceso intervienen mecanismos relacionados con nuestra forma de pensar. Mecanismos que no conocemos bien del todo y que, en muchos casos, generan controversia. ¿No crees que nos queda mucho por andar en este sentido?
Muchísimo. Esto está muy relacionado con el pensamiento científico y sus bases. Se trata de una asignatura pendiente en nuestros procesos educativos. El pensamiento científico está habituado a la duda. Los únicos que venden certezas son los curas y los políticos (risas). El pensamiento científico nunca afirma de manera tajante. Lo más que puede llegar a decir es que según la evidencia actual las cosas funcionan de determinada manera. Con todo, también puede ser un error. Igual mañana descubrimos algo que puede cambiar en parte la forma de entender el mundo que tenemos. El científico debe saber que sus afirmaciones son temporales. Si nos acostumbráramos a esta forma de pensar cambiarían muchas cosas en la sociedad. Se trata de algo psicológico. Tenemos miedo a estar equivocados. Eso de cambiar de opinión parece una debilidad que tenemos que evitar.


Parece como si tuviéramos que conservar la misma forma de pensar desde los 18 años…
Sí, así es. Los periodistas son otros que parecen estar obsesionados con esto. Si un periodista encuentra un escrito de Rajoy cuando joven sobre cualquier tema que hoy parezca controvertido no tardarán en airearlo. Parece que tenemos que hacernos pronto con unas ideas y que estas son inamovibles. Cuando trabajas en ciencia esto no tiene mucho sentido. Cambiar de opinión es lo más sano del mundo. Lo que no es sano es lo contrario. Se trata de reconocer una limitación humana obvia. El otro día alguien en un vídeo decía que nuestras opiniones no nos definen como personas. Que no somos nuestras opiniones. Estas opiniones no son parte de mi yo. Las opiniones son algo que llevamos en una bolsa. El contenido de esa bolsa puede cambiar, pero el que lleva la bolsa es el mismo tipo. Confundir las opiniones con el portador de la bolsa es un error muy común.

En otras entrevistas en esta revista hemos hablado de esa incapacidad tan extendida de reconocer nuestras propias limitaciones a la hora de entender el mundo. Algunos investigadores incluso se han especializado en definir y catalogar esas limitaciones. Quizás podríamos decir que, en este sentido, unos más y otros menos, todos somos minusválidos.

Tienes razón. Ten en cuenta que las minusvalías que tenemos en la cabeza son las más limitantes. Nuestras ideas, prejuicios y formas de pensar pueden ser una fuente importante de problemas a la hora de enfrentarnos al mundo. En este sentido todos tenemos cierta minusvalía. Precisamente en el sentido más correcto del término: somos menos válidos porque hay cosas que nos cuesta hacer. Pensar que tenemos razón siempre en nuestros planteamientos es una forma de minusvalía.

Según esto que acabas de decir y utilizando el lenguaje de los años 70, podríamos decir que hay una gran parte de la población que es subnormal…
(Risas) Sí. (Risas). En lenguaje de 1977 podemos decir que estamos rodeados de subnormales. (Risas).

Estaría bien esa frase como titular para la entrevista…
Sí (risas). La verdad es que no estaría mal. El problema de todo esto es que la mayor parte de los problemas que hoy consideramos como tales los hemos creado nosotros. El cáncer, o la enfermedad que tengo yo, no los hemos creado nosotros. No dependen de palabritas más o menos acertadas, sino de que seamos lo suficientemente listos como para averiguar cómo funcionan. Sin embargo, la situación que vivimos hoy en España está motivada porque los seres humanos nos comportamos como subnormales. Hemos creado una manera de vivir en sociedad con unos fallos tan brutales que la palabra que mejor define la situación es triste. Es algo desmoralizante. Se trata de problemas con solución y que no se solucionan. La desigualdad no es una fuerza de la naturaleza como puede ser un tsunami. La desigualdad la provocamos nosotros mismos. Estoy de acuerdo contigo. Somos idiotas.

Quizás el problema es que no nos damos cuenta…
Hay una élite económica formada por un puñado de individuos, no más de mil y casi todos hombres, con un poder desmesurado. Su poder económico les otorga poder político, algo que no debería ser así. El poder político de Emilio Botín no debería ser superior al que pudiera tener yo. Si este señor le corta el grifo de crédito al grupo PRISA se les acaba el negocio, por lo que ahora mismo ya se cuidarán mucho en El País de lo que publican sobre este hombre. Esta realidad es muy obvia, por lo que podría parecer que arreglar esto no debería ser difícil. Pero lo es. Hay que tener en cuenta que el 90% de la población utiliza como principal fuente de información la televisión. Los canales de televisión son caros y esto hace que sus dueños sea gente con mucho dinero y, por lo tanto, poder político. ¿Qué visión de la realidad pueden tener los espectadores de televisión? Pensar que por estar varias horas al día delante de la pantalla van a conocer de primera mano los entresijos y trampas del poder es ser muy inocente. Es verdad que algo está cambiando y que Internet parece que rompe este monopolio, pero el hecho de que el 90% de la gente intente comprender el mundo viendo la tele nos hace tocar el suelo. La mayor parte de lo que cuenta la tele es basura. Llevo diez años sin televisión y cada vez que la veo me quedo flipando. Es todo tan infantil, tan superficial, tan tergiversado… Es terrible.

Enlazando con lo que decíamos antes, quizás la solución estaría en intentar educarnos para ser más conscientes de nuestras limitaciones. De aplicar el pensamiento crítico.
¡Claro! La ciencia nos ayuda a comprender que somos capaces de acercarnos a los problemas con la posibilidad de resolverlos por nosotros mismos. Debemos olvidarnos de los argumentos de autoridad. Mírame a mí. Cuando tengo algún problema médico lo primero que hago es informarme a través de Internet. Y yo no soy médico, pero procuro aplicar el sentido común y mis conocimientos de biología. Cuando estoy suficientemente informado acudo al médico y la respuesta que me da no la acepto a ciegas, sino que la contrasto con toda la información que he recopilado. Llegas a esa actitud con la práctica. Cuando estás acostumbrado a hacerte preguntas e intentar resolverlas por ti mismo aplicas eso a todos los aspectos de tu vida. Si hubiéramos hecho caso a todo lo que Rodrigo Rato, con su corbata de seda y su reloj de oro, nos dijo sobre economía ya me dirás tú… Desarrollar el espíritu crítico es fundamental para que no nos engañen.

Pues si confiamos la formación de ese espíritu crítico al actual sistema educativo…
Sí, tienes razón. Además, imagínate que a partir de mañana diseñan un sistema educativo ideal donde los alumnos desarrollen su pensamiento crítico de manera excelente. Los resultados no se verían hasta pasados bastantes años. La educación da su fruto con el tiempo. De todas formas, y para poner una nota de optimismo, yo creo que gracias a la crisis el espíritu crítico de la población ha aumentado de manera significativa. Aunque nos queda mucho por andar, hoy hay más gente que nunca interesada por la política y sus mecanismos. En los años de las vacas gordas la gente llevaba el espíritu crítico en la billetera, entre la VISA y la Mastercard. Hoy es distinto. Hay que ver cómo se canaliza esa preocupación ciudadana.

Estamos de acuerdo que aplicar los principios del pensamiento crítico a la vida cotidiana redunda en una población más vigilante. Se trata de una herramienta de gran valor para evitar supersticiones y patrones de pesamiento erróneos. Este es otro de los temas recurrentes de nuestras entrevistas. Muchas veces hemos preguntado a nuestros entrevistados por los límites del pensamiento crítico. ¿Dejarlo todo a los procesos de comprobación críticos no nos aparta demasiado de otros aspectos más intuitivos o menos racionales que también podrían resultar válidos?
El pensamiento científico a lo más que puede llegar es a decir que algo está o no demostrado. Que no esté demostrado no quiere decir que sea falso. El pensamiento científico invita a la precaución. Mira por ejemplo lo de la homeopatía. Si tuviéramos que dar por cierto aquello de la memoria del agua estaríamos aceptando que toda la física y química que sabemos desde 1800 hasta hoy estarían equivocadas. ¿Cuál es la probabilidad de que todo lo que sabemos en esas materias desde 1800 hasta hoy esté equivocado? Mínima. Y más teniendo en cuenta que esos conocimientos nos han servido desde para curar un resfriado hasta para ir a la luna. Ante la posibilidad de que la propuesta equivocada sea la memoria del agua o la física y química tradicional, todo apunta, de manera tajante, a que los homeópatas se equivocan. ¿Podemos perder la apuesta? Sí. Por supuesto. Pero con los conocimientos que tenemos hoy las probabilidades apuntan en sentido contrario. Esto es lo que te diría un científico sensato. Después está aquello de “pues a mí me funciona…” Claro, no lo dudo, pero entonces tendríamos que introducir el concepto de placebo. Algo que está más que demostrado científicamente. Ningún científico sensato podría afirmar ni negar algo de manera rotunda. Sólo podría afirmar que con la evidencia disponible las posiblidades de que algo sea cierto son mayores o menores. Ese es el espíritu del pensamiento crítico. La ciencia tiene sus límites, claro está, pero quienes más conscientes son de esos límites son los propios científicos.

Mira, por ejemplo, un tema que a mí me apasiona: la conciencia humana. Si le preguntas hoy al mayor experto mundial sobre este asunto si sabe qué es la conciencia te responderá que no. Que está fuera de los límites de la ciencia actual. Ahora, ¿qué opinión tiene más valor? ¿la de este hombre o la de cualquier gurú de una secta oriental que no se ha acercado jamás a este asunto de manera seria? Tu pregunta me parece muy interesante y, de hecho, pone de manifiesto los límites del pensamiento científico, que los tiene. Ahora, reconocer esos límites no debe servir para justificar cualquier explicación que provenga de cualquier otra fuente. Las opiniones no son todas igualmente válidas. El método científico se ha demostrado, hasta hoy, como válido para dar respuestas a grandes problemas que la humanidad ha ido arrastrando con el paso de los años, lo que no debe llevarnos a pensar en él como algo infalible.

¿A la mecánica de nuestro pensamiento también se le puede aplicar el método científico?
Ufff. Si yo pienso que es obsceno que un señor tenga montones de pisos vacíos y se esté pudriendo de dinero por sus cotizaciones en bolsa mientras que hay gente que la han echado de sus casas sin ser culpables de ello… ¿Estoy en lo cierto? ¿Puedo demostrarlo científicamente? ¿Cómo he llegado a esa conclusión? La ciencia tiene poco que decir en estos ámbitos. Al menos de momento.

¿Cómo nos movemos por estos terrenos tan desdibujados?
Pues como podamos. Los mecanismos inconscientes que tanto peso tienen en nuestro comportamiento se apartan bastante del pensamiento racional. Lo que no significa que no sean válidos. Yo creo que tenemos que trabajar con los dos niveles. Tenemos que contemplar las propuestas inconscientes y las racionales. De todas formas no es algo sencillo. Richard Feynman habla de esto en una de sus entrevistas. Dice que la mente del científico pasa más del 99% del tiempo confundida, sin entender cómo funciona el mundo. El resto del tiempo, ese 1%, es cuando llega a vislumbrar alguna luz. Yo comprendo que para mucha gente esto puede ser frustrante, ya que necesitamos la certeza de manera continua para quedarnos tranquilos.

El mismo Feynman decía que prefería la incertidumbre ante una respuesta falsa pero tranquilizadora…
Por supuesto. Estoy de acuerdo. Hay una cita por ahí que dice que una conclusión es aquella idea que teníamos en el momento en que nos cansamos de pensar (risas). No estoy de acuerdo del todo, pero lleva bastante razón (risas). Cedemos de manera muy ligera a la tentación de dar por buena cualquier explicación siempre que nos quite de encima la incertidumbre. Es uno de nuestros patrones erróneos de pensamiento. Eso que antes llamábamos minusvalía mental y de lo que participamos todos. Reflexionar sobre esto y no ceder ante la comodidad de nuestra mente es una de nuestras muchas tareas pendientes.

FUENTE: REVISTA DIGITAL WAWANCARA

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