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miércoles, 3 de junio de 2015

JOSE FAUSTINIO SANCHEZ CARRION




 JOSE FAUSTINO SANCHEZ CARRION

Don José Faustino Sánchez Carrión nació en Huamachuco, Región La Libertad, el 13 de febrero de 1787. Ese día, dice Raúl Porras Barrenechea: “Huamachuco, marca incaica, curato español, capital de provincia republicana, se ilumina particularmente de gloria y de esperanza... porque ese día nace en su seno... el fundador de la república”. A los tres días, el 16 de febrero, fue bautizado por el cura Joseph Carrión, homónimo y pariente suyo. José Faustino Sánchez Carrión fue hijo de don Agustín Sánchez Carrión y de la cajabambina doña Teresa Rodríguez y Lesama. Los Sánchez Carrión-Lesama fueron de ascendencia española y vivieron en la mejor casa de Huamachuco, comprada en el año 1784 a doña Juana Sal y Rosas, en la plaza principal, al lado de la iglesia. Estos españoles tuvieron siete hijos, de los que sobrevivieron sólo dos:  Fermina, la mayor, y José Faustino, el quinto. José Faustino, pues, fue de sepa criolla.


José Faustino destaca no solo por su fervor y vocación sino por sus dotes de literato y orador. En el segundo y tercer de seminarista, es elegido para decir la oración en latín en la ceremonia de inauguración del año escolar, lo que era un premio y se le otorgaba al mejor alumno. Dicho evento académico se hacía delante de la imagen de la Virgen de Nuestra Señora de Loreto y contaba con la asistencia del deán, los cabildantes y la crema y nata de la sociedad de Trujillo. La oratoria y el fino manejo del latín de José Faustino llenaron las expectativas de los asistentes, quien fue congratulado efusivamente durante los dos años.

El obispo José Carrión lo había aprobado a José Sánchez Carrión, el que más tarde sería uno de los precursores de la independencia, mientras que él, el obispo, era un realista a carta cabal, tan trejo que luego de que San Martín proclamara la independencia del Perú se largó a España convencido que esta tierra ya no era suya. Pero mientras estuvo en el Perú, lo apoyó en todo al clérigo José Faustino y suplió en buen parte los afectos paternos que seguramente el huamachuquino sintió disminuidos desde 1808, año en que don Agustín Sánchez Carrión, su padre, volvió a contraer nupcias con doña Sebastiana Palomino, unión de la que nació su medio hermano: Mariano.


Desde el año 1810, José Faustino ejerce la cátedra en el San Carlos de Lima en los cursos de Leyes y Cánones y en Digesto viejo. En el año 1812, a nombre del convictorio, pronuncia un discurso estando presente el virrey Fernando de Abascal y Souza, a propósito de un aniversario de la promulgación de constitución española en Lima. Toda la arenga es un canto a las libertades. En uno de sus párrafos dice, refiriéndose a los hombres de una nación: “Cada uno de sus ilustres individuos siente en sí mismo la dignidad de un hombre y se precia de ser parte esencial de la soberanía... No hay duda, todos somos iguales delante de la ley, y la virtud y los talentos tienen abierta la carrera de la gloria en cualesquiera ciudadanos que se consagren a la patria”. Los historiadores dicen que al escucharle a José Faustino, el virrey se incomodó. Sus oidos no estaban para otras ideas que no sean la de la adulonería y el servilismo. Las de Sánchez Carrión sonaban a insolencia, malcriadez. Lo cierto es que Sánchez Carrión fue amonestado y prohibido de hacer uso de la palabra en nombre del San Carlos.

El 4 de setiembre de 1820 el capitán Agustín Sánchez Carrión extendió un poder para testar a su hijo José Faustino y lo nombró albacea. En junio de 1821 murió don Agustín y José Faustino tuvo que viajar a Huamachuco para asistir a su sepelio. Allí se quedó varias semanas, por lo que no estuvo entre los firmantes del acta de la independencia, tampoco en las ceremonias de proclamación de la independencia del Perú realizadas en Lima.


Entre tanto, Monteagudo no pudo desoír la voz de José Faustino, pero su respuesta es atávica porque persigue a los partidarios de la República con la prisión y el fusilamiento, por lo que la pugna se torna dura entre ambos bandos. Los republicanos también se muestran firmes, conspiran, jaquean. Se produce el motín de Balconcillo, destituyen, apresan y destierran a Montegudo, con lo que el camino para los republicanos está allanado y en noviembre de 1822, muy pocas semanas después del viaje de San Martín a Argentina, se imprime por primera vez la carta de “El Solitario de Sayán”, difundiéndose sin problemas las ideas de José Faustino, flamante congresista y secretario del Primer Congreso Constituyente. Él no estaba de acuerdo con la monarquía, entre otras razones, porque: “En primer lugar hemos heredado de nuestros antiguos señores el detestable espíritu de pretenderlo todo y de consiguiente todas las formas de que es preciso vestirse para conseguir el fin, conviene a saber, la bajeza, la adulación y el modo de conseguir con las flaquezas del que puede o debe conceder la gracia, creyéndonos aptos para todo, poco premiados con cuanto nos dan y dignos del empleo más eminente aunque falten aptitudes y por más que la comunidad se perjudique con nuestra colocación. De ahí se infiere que aún puestos con justicia nos damos por mal servidos, maldecimos el sistema concibiendo que el único es aquel en que nuestro amor propio saca todo el partido posible”.




El 12 de febrero de 1825, en su calidad de Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores, lee ante el congreso la memoria del régimen bolivariano, al que había servido desde el mes de febrero de 1824 hasta febrero de 1825, un año decisivo en la independencia del Perú. El 18 de febrero de 1825, el Congreso de la República reconoce en Sánchez Carrión a un benemérito de la patria en grado heroico y eminente por sus “notorios servicios a la causa de la libertad en consecuencia a su notoria decisión a ella, desde el tiempo en que fue colegial en el Convictorio de San Carlos, por lo que se empeñó el gobierno español en expulsarlo de dicha casa”.


El 2 de junio de 1825 muere José Faustino Sánchez Carrión en la localidad de Lurín. Bolívar, muy consternado ante la noticia, le escribe una carta de pésame a doña María Josefa. En uno de sus párrafos dice: “Más yo me consuelo al considerar que él fue virtuoso, como nadie, y que se ha sacrificado por el país. El premio, pues, de tanta virtud, no estaba en la tierra, sino en el cielo, allá donde tienen su mansión las almas justas”


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