Ingrid Bergman
(Estocolmo, 1915 -
Londres, 1982) Actriz sueca. Huérfana de madre a los dos años y de padre cuando
sólo había cumplido los doce, Ingrid Bergman pasó gran parte de su infancia y
adolescencia bajo los atentos cuidados de un tío suyo. A los dieciocho años se graduó
en el instituto y, para entonces, la tímida y solitaria Ingrid había ya
decidido ser actriz. Un año antes, en 1932, había participado sin acreditar en
una película, Landskamp, hoy perdida. En 1933 consiguió ser admitida en el
Swedish Royal Theatre, pero no soñaba precisamente con ser actriz de teatro;
quería ser actriz de cine y lo intentaba denodadamente, presentándose a
multitud de pruebas.
Por fin, consiguió
debutar en El conde del Puente del Monje (1935), de Edvin Adolphson y Sigurd
Wallen, un filme que se rodó en 1934. No era Ingrid todavía esa belleza que,
algunos años después, asombró al mundo, pero en su rostro empezaban a dibujarse
ya algunos de los rasgos más hermosos, que, tras unas pocas películas y alguna
que otra dieta de adelgazamiento, asomaron en la primera versión de Intermezzo
(1936), de Gustav Molander, un melodrama romántico que supuso un acontecimiento
en su época y un gran triunfo para el emergente cine sueco, para su director,
para su divo (Costa Ekman) y, sobre todo, para Ingrid Bergman, a quien le
llovieron múltiples ofertas desde Hollywood.
Fue el arrollador
productor (todavía no independiente) David O. Selznick quien, después de ver el
filme, envió un emisario de la Metro Goldwyn Mayer a comprar los derechos de la
historia, con un largo contrato para Miss Bergman. Recién casada con su primer
marido, el doctor Peter Lindstrom, con el que tuvo una hija, Friedel Pia,
Ingrid Bergman llegó en mayo de 1939 a Estados Unidos para realizar la segunda
versión de Intermezzo (1939), de Gregory Ratoff. Ingrid era una estrella en
Suecia y exigió al productor Selznick que no se cambiara su nombre ni su
imagen, algo a lo que estaban abocadas las actrices europeas que llegaban a
Hollywood.
El enorme triunfo del
filme le dio la razón. Intermezzo marcó a toda una generación de jóvenes
románticas sumidas en la ambigüedad del sacrificio final, que parece
artificial, sin hacer olvidar los momentos de felicidad aportados por la
culpable pasión; curiosamente, el pueblo americano fue mucho menos indulgente
cuando, algunos años más tarde, Ingrid Bergman abandonó a su marido por
Rossellini.
El mismo año de 1939,
Ingrid Bergman volvió a Suecia para cumplir su contrato; allí realizó un par de
filmes de poca trascendencia. De vuelta a Hollywood, comenzó a forjarse su
descomunal prestigio, aunque, no a mayor gloria de Selznick, que la prestó a
otros estudios. Harta de personajes buenos, insistió en interpretar a la
prostituta Ivy Patterson, en vez del papel que le habían asignado, en El
extraño caso del Dr. Jekyll (1941), de Victor Fleming; una mujer coqueta y
fácil y, después, martirizada y aterrorizada por el magnífico Mr. Hyde de
Spencer Tracy.
Al año siguiente,
cedida a la Warner, coprotagonizó la mítica obra maestra Casablanca (1942), de
Michael Curtiz. Curtiz obsequió a Ingrid Bergman los primeros planos más bellos
de la historia del cine: aquellos en los que Bergman le pide a Sam que vuelva a
tocar el As Time Goes By, aquellos en los que con Humphrey Bogart revive su
personal historia de amor en París y aquellos en los que, con los ojos
llorosos, ve cómo debe irse con su rebelde marido y abandonar a Bogart una vez
más.
Tras conseguir su
primera nominación al Oscar por la adaptación de la novela de Hemingway Por
quién doblan las campanas (1943), regresó a la Metro para interpretar, junto a
Charles Boyer y Joseph Cotten, Luz de gas (1944), de George Cukor, donde, bajo
un gran director de actrices, consiguió la preciada estatuilla por su memorable
recreación de una dulce esposa que casi se vuelve loca por obra de su ambicioso
marido, que trata de convertirla en una paranoica irrecuperable haciéndole
creer que sufre delirios.
El mismo año en que
intervino en la popular Las campanas de Santa María (1945), de Leo McCarey,
secuela de Siguiendo mi camino, se convirtió en una de las famosas rubias de
Alfred Hitchcock, con el que realizó tres filmes: Recuerda (1945), Atormentada
(1949) y Encadenados (1946), la más perfecta unión de romance y espionaje del
maestro inglés, con una interpretación memorable de Ingrid Bergman, la más sexy
de su carrera, y de su compañero de reparto, el inigualable Cary Grant.
En 1948 rodó Juana de
Arco, de Victor Fleming; en 1949, después de quedar fascinada por algunos de
los filmes neorrealistas de Rossellini, pidió al director italiano interpretar
su próxima película. Ésta fue Stromboli (1950), obra en la que Rossellini
renuncia al fundamentalismo documentalista para mostrar lo más emotivo del
movimiento neorrealista. En el filme no hay heroína y, menos aún, un héroe; el
final es un incierto equilibrio entre la esperanza y la tragedia.
Mientras tanto, el
romance entre Ingrid Bergman y Rossellini tomó cuerpo y se hizo realidad con el
nacimiento de Robertino (luego llegarían las gemelas Isota y la también actriz
Isabella), el consiguiente divorcio del doctor Lindstrom y el inmediato
matrimonio en México de la pareja. A partir de aquí, ambos artistas quedaron
marcados por el desprecio del público: Ingrid Bergman fue repudiada por la
puritana sociedad norteamericana y Rossellini fue tachado de gigoló por la
prensa italiana. Juntos realizaron una serie de películas que fueron muy mal
recibidas, entre ellas la magnífica Europa 51 (1951) y la denostada Juana de
Arco en la hoguera (1954).
Pero los
norteamericanos pronto olvidaron y perdonaron. En 1956 filmó en Inglaterra,
pero con producción de la Fox, un célebre tema histórico, Anastasia, de Anatole
Litvak. Mientras, la relación con Rossellini tocó a su fin. Al poco tiempo, en
la entrega de los Oscar del año 1957, recién obtenido el divorcio, ganó su
segunda estatuilla. En 1958, al tiempo que formaba pareja nuevamente con Cary
Grant en una divertida y sofisticada comedia, Indiscreta (1958), de Stanley
Donen, se casó por tercera vez con el productor teatral Lars Schmidt, del que
también se divorciaría, tras dieciocho años de matrimonio, en 1976.
En sus últimos años su
carrera teatral le dio más satisfacciones que la cinematográfica (interpretó
desde la escandalosa Té y Simpatía, en París, hasta prestigiosas piezas de
Henrik Ibsen y Eugene O'Neill), aunque antes, en 1974, había ganado su tercer
Oscar, esta vez como actriz secundaria, por su interpretación de la vieja
misionera Greta Ohlsson, en la multiestelar adaptación de la obra de Agatha
Christie Asesinato en el Orient Express (1974), de Sidney Lumet.
A finales de los
setenta se le diagnosticó un cáncer que no la apartó de su labor
interpretativa. Apareció con la cara demacrada en Sonata de Otoño (1978), de
Ingmar Bergman, su último trabajo en el cine; no tuvo tiempo de recoger el Emmy
por su interpretación de la Primera Ministra israelí Golda Meir en el filme
televisivo A Woman Called Golda (1982). Murió la noche de su sesenta y siete
aniversario, después de una pequeña fiesta de cumpleaños ofrecida por unos
pocos amigos. Fue, sin ninguna duda, la cara más dulce, bella y encantadora que
el dorado Hollywood de los cuarenta tuvo el honor de glorificar.
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