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sábado, 18 de julio de 2015

FELIPE PINGLO ALVA / MUSICA CRIOLLA DEL PERU


Nace el Compositor

En el primer semestre de 1916 Felipe ingresó a trabajar como operario en la imprenta “El Gráfico”. Con su compañero de la infancia Jorge Lázaro Loayza, integró el equipo de la Federacíón Gráfica y poco después vistió la camiseta del “Sportivo Uruguay”. Pero por muy poco tiempo. Porque recrudecieron los dolores en la rodilla, cada vez más insistentes. Por tal motivo debió ingresar por primera vez al Hospital Dos de Mayo, donde le extrajeron líquido de la rodilla. Pero aquello no fue solución a su terrible padecimiento.


Con este dolor a cuestas y otros que preocupaban a su inteligencia y su espíritu. Felipe abandonó el Hospital decidido a cerrar el desarticulado capítulo de su vida juvenil y abrir el más importante de su existencia. Sería puntual empleado de alguna casa comercial en el centro de Lima, formaría su hogar y así sus días transcurrirían apacibles. El destino sin embargo, le tenía reservadas intocables sorpresas y un ritmo existencial mucho más importante que sería trascendente dentro del proceso histórico de la música criolla peruana.




Los contornos bulliciosos de Mercedarias, las madrugadas friolentas en el Callejón del Fondo, la repetida promesa de enmienda ante las imágenes de la Iglesia de Nuestra Señora del Prado, y el calor de hogar avivado por la tía Venturita, delinearon el universo cotidiano de felipe Pinglo Alva. Sabía que, más allá de estas fronteras, palpitaban pequeños mundos de diversión seductora. Hasta el día en que decidió aventurarse en ellos con la guitarra acunada entre sus brazos y llevando en los labios los versos de “Amelia”. Fue este el primero de sus valses, compuesto a los diesiciete años de edad, no se sabe para cual ignorada vecinita de los Barrios Altos.


El año 1917 fue decisiva en la vida de Felipe. Había cumplido dieciocho años, la sangre hervía en sus venas y su inspiración febril buscaba motivos para cantar al presente y así ahogar las penas y dolores del pasado. Jaranas criollas que eran tradicionales reuniones animadas desde la noche anterior de la serenata y después durante largos días con abundante comida, canto y baile, recibieron con los brazos abiertos al jovencito frágil que llegaba en busca de experiencia.


Eran días en que los famosos Montes y Manrique competían con los hermanos César y Manongo Andrade, Julio Vargas y Gamarra y Salerno, en la interpretación del variado repertorio criollo. Tiempos de Miguel Almeneiro, el “borrao” Mifflin, Alejandro Sáenz, Justo Arredondo y Pedro Bocanegra, auténticos maestros de la guitarra y el canto, figuras indispensables de la jarana limeña.


Pinglo Guitarrista y Cantante

Quienes conocieron a Pinglo y alternaron con él en noches de fiesta, recuerdan su rostro triste y el tono de su voz muy medido durante la conversación y el canto. Pedro Espinel conoció a Pinglo el 15 de diciembre de 1926 en casa de la familia Meneses, junto al cine Olimpo, en la Victoria. Llegó con Guillermo Torreblanca, chalaco, gran cantor de tangos y pasillos. En aquella ocasión nació una gran amistad entre ellos, rubricada con el apadrinamiento de Pinglo con Rosa García, de las hijas de Espinel, Olga en 1932 y Victoria en 1933.


Contaba Espinel que Pinglo era cantante de suave y entonada voz, hábil en el manejo de la guitarra a base de acordes muy melódicos, eximio ejecutante del fox trot y conocedor del charleston, camel trot, charaván, blues y tangos. Alcides Carreño fue gran amigo de Pinglo. Compositor y cantante de moda, recibió el encargo del “maestro”, de estrenar “Rosa Luz” en 1929 en el teatro Apolo, y “El Plebeyo” en el Alfonso XIII del callao, en 1930. Testimonio de esa amistad mostraba carreño en la dedicatoria que Felipe escribió al pie de la letra de “La Oración del Labriego”: Con todo cariño para el excelente cancionista Alcides carreño y para que lo prestigie, incluyendolo en su repertorio criollo. Lima 14 de setiembre de 1935. El autor: Felipe Pinglo.


Filomeno Ormeño recordaba a Pinglo cuando en 1935, llegó a Radio Internacional con Costa y Monteverde, para cantar su vals reciente “El Espejo de mi Vida”. Aquella fue la única presentación del “maestro”. Ormeño refería que la técnica de Pinglo para tocar la guitarra no era la mejor y que su voz adolecía de algunos defectos. Pero que era emocionante escucharlo. La versión ofrecida por Aurelio Collantes fue lapidaria: cantando era malo y tocando la guitarra, peor.


Lucho de la Cuba contaba haber conocido a Pinglo en 1932, durante una jarana en la calle Buenos Aires. Corroboraba las palabras de Collantes, sin embargo admitía los efectos muy emocionantes producidos por la interpretación que hacía de sus propias canciones.


Luis Enrique, El Plebeyo
Felipe Pinglo puede ser discutido en cuanto a sus habilidades de cantor y guitarrista. Pero nadie pone en tela de juicio sus talentos musicales y versificador, de manifiesto en tantas composiciones suyas aún no superadas: El huerto de mi amada, La oración del labriego, Bouquet, Amelia, Jacobo el leñador, Pobre obrerita, Claro de luna, De vuelta al barrio y su máxima obra, El plebeyo.


En torno a la motivación de “El Plebeyo” contaba Jorge Lázaro Loayza lo siguiente: “Felipe llegaba siempre hasta mi sastrería, en la calle Trinitarias, para conversar y también para tocar guitarra en la trastienda. Durante una de estas reuniones, referí a Felipe aquel pequeño y juvenil drama sentimental que me había tocado vivir. El puso mucha atención en mi historia y se fue sin hacer mayor comentario. Días después, llegó Felipe para hacerme escuchar el vals que había compuesto sobre mi frustrado amor, pero sin usar mi nombre sino el de un personaje ficticio, Luis Enrique, pues me dijo que mi drama era universal”.


La versión de Aurelio Collantes adjudicaba el drama a Luis Enrique Rivas, un tejedor de canasta que vivía en la parte baja del Cerro San Cristobal. Por algunas referencia de amigos de Pinglo a quienes consulté para escribir su biografía, creo que el drama de Luis Enrique fue el propio drama vivido por Felipe entre 1921 y 1923, cuando se alejó de los Barrios Altos para hacer vida bohemia en La Victoria. Dicen que allí se enamoró Gianina, bellísima hija de 17 años del industrial italiano Zuccarello. El compositor era correspondido, motivo por el cual los padres de la niña la enviaron a Italia, a vivir con sus abuelos en Florencia.


Al márgen de estos y otros comentarios al respecto, “El Plebeyo” planteó un drama social porque Luis Enrique era el plebeyo que amaba a una aristócrata. Pero no era correspondido no obstante que “mi sangre aunque plebeya también tiñe de rojo” y “amar no es un delito porque hasta Dios amó”. Felipe Pinglo con su abundante y extraordinaria producción, estaba inaugurando un nuevo capítulo en la historia de la música criolla peruana. El vals había sido, de modo preferente, inexpresivo conjunto de versos superficiales y fáciles melodías. Con Pinglo adquiere definitiva personalidad. En adelante será intencionado en sus versos, profundo en su melodía y, escencialmente mensajero de honda emoción social.


“Amelia” abrió las puertas de la popularidad a su inspirado compositor. El apellido Pinglo empezaba a ser citado con frecuencia por los pontífices de la música criolla quienes hablaban del “cojito” con el tono paternal y suficiente que les autorizaba su jerarquía bohemia. Estimulado por el éxito de su primer vals, Felipe se entregó plenamente a la tarea de escribir versos y combinar acordes novedosos, arrancados con singular habilidad de la guitarra compañera.

Augusto Ballón refería como Pinglo había convertido la casa de Isabel Mejía de Ramírez, en el Callejón del Fondo, en su cuartel general de operaciones. LLegaba allí todos los días, a las nueve de la noche, con sus amigos José y Eugenio Díaz, Guillermo D’Acosta, el “cholo” Tomás Gonzáles, Paco Viela y otros. Tocaban y cantaban. Ensayaban las últimas obras de Felipe haciendo tiempo “hasta la hora de la serenata”. Fue por esto que Teofila Ramírez “la coco”, hija de la “buena Isabel”, aprendió todas las composiciones del Maestro. Teofila Ramírez, en plena juventud, se convirtió en esposa de Augusto Ballón.

De Vuelta al Barrio

Paulatinamente, la figura espigada del compositor de los Barrios Altos, se tornó familiar en el Rimac, Monserrate y La Victoria, en Cinco Esquinas y Cocharcas. Es la época en que sorprende a sus amigos con su deslumbrante inspiración, capaz de crear un tema en contados minutos. Entre 1921 y 1923 Felipe se ausenta de los Barrios Altos, cautivado por la bohemia de La Victoria; también por Esperanza, enamorada cuyo apellido nadie ha podido precisar, y por las estrellas morenas de Alianza Lima. A los 24 años de edad, Pinglo era compositor celebrado.

En 1924 retornó al barrio de sus amores donde fue recibido por sus amigos con el calor de quienes esperaban al hermano ausente. La fecunda inspiración de Pinglo se vuelca emocionada en el vals “De vuelta al barrio” en el que menciona a la “buena Isabel” Mejía de Ramírez. Este canto, que Jorge Basadre calificó “de amor entrañable a los Barrios Altos y una expresión de nostalgia del pasado” sirvió proclamarle líder de su generación.

El 24 de mayo de 1925, Manuel Montañéz y Carlos Zavalaga llevaron a Pinglo a una fiesta en casa de la familia Rivera, en la calle Rufas. Allí conoció a Hermelinda, a la sazón de 17 años de edad. Con ella se casó el 11 de mayo de 1926 en la iglesia San Francisco. El General Luis Salmón y su esposa, Jesús Hidalgo de Salmón, apadrinaron a la pareja. De la Compañía de Gas donde prestaba servicios, Felipe fue llevado por el General Salmón a la Dirección General de Tiro. Poco tiempo después nacieron Carmencita y Felipito. Felipe Pinglo Alva se consideraba realizado, como padre de familia y claro está, como compositor.

Felipe Pinglo Alva “El Maestro”

La inspiración de Felipe Pinglo fluía inagotable y se materializaba en valses y polcas de rápido éxito. Una tras de otra felipe llenaba las páginas de gruesos cuadernos con versos, muchos de los cuales quedaron sin música. Durante la revisión habitual de sus apuntes, repasó los que había dedicado a su esposa Hermelinda y entonces decidió completar la obra para entregarsela el día de su cumpleaños. Este vals “Hermelinda” no estan popular como el homónimo de Alberto Condemarin. Ello obedece al fervor con que Hermelinda Rivera guardó los originales, por muchos años, negándolos inclusive, a cantores amigos de la casa.

En 1929 los hermanos Giordano y Alcides Carreño de Trujillo, con las guitarras del “Chino” Garrido, Filiberto Hidalgo “Tacita” y Lucho Romero “Pindongo” eran figuras principales de los espectáculos de varietté en los teatros del Cercado, Rimac y La Victoria. Pinglo encontró en el estilo sentimental de los Carreño, el adecuado para sus canciones. Por eso les pidió incluír algunos valses de su producción en la lista de sus éxitos. Ese año, los Carreño estrenaron “Rosa Luz” en el teatro Apolo, con notable suceso.

El cancionero semanal “La Lira Limeña”, ocho páginas del tamaño de un cuaderno escolar, dirigido por Drope A. von Asca, seudónimo de Pedro Casanova con administración en Caballos 630, público en su Nº 123 los versos de “Rosa Luz” y la marinera “Alianza Lima” con esta leyenda: “Cantando con acompañamiento de guitarra en la Sala Manco Capac, en la noche del beneficio del señor Alcides Carreño más conocido por Alma del Rimac, quién otorgó una medalla de oro que consistía el premio señalado para la mejor canción, al señor Felipe Pinglo Alva, autor de la hermosa composición”.

Esa marinera, los valses ” Juan Rostaing” y “Juan Valdivieso” y los one-steps “Alejandro Villanueva” y “Los Tres Ases” - Arturo Fernández, Juan Valdivieso y Víctor Lavalle - son las canciones con las que el Maestro rindió homenaje al Club Alianza Lima y a los años de inolvidable bohemia en los barrios Altos.

Al cerrar 1929 el Maestro había escrito tantos valses tan buenos, suficientes para merecer alguna mención en los diarios y en las revistas de la época. Sin embargo, la indiferencia de los grupos exquisitos retaceó el reconocimiento que merecía su calidad, lo mismo que la de Alberto Condemarin, Pablo Casas, Samuel Joya, Eduardo Márquez Talledo, Laureano Martínez, Alcides Carreño, Guillermo Suárez, Carlos A. Saco, Pedro Bocanegra, Guillermo D’Acosta, Braulio Sancho Dávila, Emilio Visosa, Augusto Ballón y Moisés “Frirora” Medina entre otros, indiferencia que Jorge Basadre comenta como “la falta de valoración de estas figuras, algunas de las cuales actuaron después de 1930″.

Solamente las páginas del cancionero “La Lira Limeña” acogieron a estos compositores, publicando sus obras y divulgándolas entre el pueblo. Los valses de Pinglo ocupaban páginas preferentes porque habían conquistado al público, con la sencilles de sus versos y la tierna musicalidad que les acompañaba. El nombre de Pinglo era mencionado con admiración y respeto, aunque sin la clara concepción del significado histórico de su producción excepcional.

La Muerte del Maestro

En Abril de 1935, Felipe debe guardar cama, debido a los fuertes dolores que siente en la rodilla izquierda y también por los cada día más agudos espasmos que le produce la bronquitis mal curada. A principios de 1936 su salud se quebranta aún más. El 15 de abril es internado en el Hospital Dos de Mayo, en la sala Odriozola, cama N° 27, donde es atendido por el Dr. Carlos Bambaren, jefe de la sección. Pero el 27 abandona el Hospital y retorna a su casa, al amparo de esta sencilla argumentación: “Los médicos quieren experimentar conmigo, y eso no lo voy a soportar”.

Durante esos días de abril y los primeros de mayo, refiere carmen Pinglo que su mamá “preparaba el café en una lata grande a fin de que alcanzara para todos los que acudían a la casa. Los amigos no olvidaron a mi papá en estos días difíciles”. El Dr. Ernesto melgar, casado con estela Salmón, hija del general Salmón, padrino de matrimonio de Felipe, atiende al enfermo aunque sin esperanza de salvarle la vida. El 6 de mayo, en su lecho de enfermo, concluyó el vals “Hermelinda” dedicado a su esposa.

A las 5 de la mañana del 13 de mayo de 1936, a los 36 años de edad, murió Felipe Pinglo Alva, con los ojos fijos en la imagen de la Virgen del Carmen. La calle estaba silenciosa, apenas húmeda por la lluvia que caía desde la noche anterior. Al día siguiente fue sepultado. Esa misma noche en la casa de Alberto Menacho, en los altos del N° 1063 de Mercedarias, Pedro Espinel fundó el primer Club Musical “Felipe Pinglo Alva”.

Felipe Pinglo fue hombre sencillo que no alcanzó a vislumbrar los contornos extraordinarios de su auténtica dimensión. Con generosidad propia de su desprendimiento, hacía participar a sus amigos como coautores de composiciones que le pertenecían exclusivamente, y las obsequiaba o dedicaba a quienes se las pedían, si con esto los hacía felices. Su entrañable amigo José Díaz comparte con Pinglo títulos como “Tu nombre y el mío”, “Melodías del corazón”, “Jacobo el leñador”, “Amor a 120″ y “Hora del amor”, tal como aparecen en “La Lira Limeña”. No obstante este documento, José Díaz jamás proclamó su participación eb tales obras porque sabía de la generosidad de Pinglo y porque lo respetaba. En cambio, Pedro Montalva pretendió hacer valer derechos de coautor que no le pertenecían.

Valoración de Felipe Pinglo

Acerca del genial compositor de los Barrios Altos escribió Sebastián Salazar Bondy: “Hablar del vals criollo es referirse a un limeño representativo: Felipe Pinglo Alva. Los grandes libros no lo citan, pero su memoria y su obra persisten en el pueblo. En las melodías que compuso y en sus ingenuos versos el hombre oscuro de la ciudad halló su alma trémula, su neblina interior, su desahogo. No fue el trovador encendido y pasional de un grupo humano poseído por la joie de vivre: fue por el contrario, eco de las angustias de aquellos que, por injusticia secular, un egoísmo sistemático colocó al margen de la felicidad”.

En 1939, en el film nacional “Gallo de mi galpón” Jesús Vásquez y Las Peruanitas
-las hermanas Loayza- interpretaron canciones de Pinglo. Al año siguiente, el argumento de El Plebeyo fue llevado al cine con J. Saravia en el rol principal. Pero fracasó por mala dirección artística. El cine mexicano produjo también, en la década de los años sesenta, una película inspirada en el vals del Maestro.

En 1942 subió al escenario del teatro Metropolitan la revista musical “Melodías de Pinglo” con libreto y escenografía de Augusto Naranjo y Aurelio Collantes. Fueron escenificados los valses “Oración del labriego”, “Mendicidad”, “Bouquet” y “El plebeyo”. En los roles estelares actuaron Las Criollitas -Eloisa Angulo y Margarita Lynch- Rosita Passano, Delia Vallejos, maría Jesús Jiménez y la pequeña Carmencita Pinglo.

-El busto que corona el mauseleo de Pinglo en el Cementerio General, es obra del escultor Artemio Ocaña. Las guardillas de la tumba fueron diseñadas y forjadas por el decimista Nicomedes Santa Cruz en su taller de herrería, en el jirón Pastaza.



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