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miércoles, 10 de febrero de 2016

RICARDO PALMA



Ricardo Palma
(Lima, 1833 - Miraflores, 1919) Escritor peruano, creador de un género intermedio entre el relato y la crónica, que renovó la prosa sudamericana. Aunque se le considera integrante de la escuela romántica, su obra no obedece del todo a sus presupuestos, salvo por algunos matices estilísticos que empleó como soporte formal. Es cierto que en su juventud hizo una apasionada defensa del romanticismo, pero luego lo juzgaría con gran severidad y trazaría su propio derrotero artístico.


Hijo de familia humilde, realizó sus estudios en el Colegio de Noel, el Colegio de Orengo y el Convictorio de San Carlos, donde al parecer fue alumno externo. En 1848 empezó su carrera literaria, según propia confesión, formando parte del grupo que después él mismo denominaría "La bohemia de mi tiempo". Comenzó escribiendo poesía, a la vez que ejercía el periodismo en diversas publicaciones periódicas (la mayoría de existencia efímera) como redactor o crítico de espectáculos, para lo cual usó múltiples seudónimos.

En 1849 escribió su primer drama, El hijo del sol, que no se llegó a representar, y aunque obtuvo algún éxito en el poco exigente medio limeño, alrededor de 1858 dejó de escribir teatro. En la actualidad sólo conocemos de su producción teatral el drama Rodil (1851), redescubierto cien años después de su publicación (pues Palma procedió a la destrucción de los ejemplares) y la comedia El santo de Panchita, escrita en colaboración con Manuel Ascensio Segura e incluida en la recopilación de obras de este último publicada con el título de Teatro (1869). Tras probar el género histórico con el libro Corona patriótica (1853), Palma empezó a componer de relatos breves de diversa índole, desde el ensayo costumbrista al romance histórico, que serían el germen de sus posteriores Tradiciones peruanas.


En 1853 pasó a formar parte del Cuerpo Político de la Armada Peruana como oficial tercero, correspondiéndole prestar servicio en la goleta Libertad, el bergantín Almirante Guisse, el transporte Rímac (donde estuvo a punto de morir a consecuencia del naufragio de la nave en marzo de 1855) y el vapor Loa. En 1857 fue separado momentáneamente del ejercicio de su cargo por haber secundado la sublevación del general Ignacio de Vivanco contra el gobierno de Castilla, pero su participación política más importante se produjo en 1860, con ocasión del frustrado asalto a la casa del presidente ejecutado por un grupo de civiles y militares de tendencia liberal, liderados por José Gálvez.

Tras el fracaso del intento golpista, Palma se embarcó rumbo a Chile y llegó a Valparaíso los últimos días de 1860. Durante su permanencia en esta ciudad, el escritor frecuentó los salones literarios y perteneció a la Sociedad Amigos de la Ilustración, colaborando en la Revista del Pacífico y la Revista de Sudamérica, de la cual llegó a ser redactor principal. En agosto de 1863, luego de ser amnistiado, emprendió el regreso al Perú.


En julio de 1864 fue nombrado cónsul en el Pará, pero parece que no llegó a ejercer el cargo, solicitando y obteniendo una licencia que empleó en viajar por Europa. En 1865 regresó al Perú para ponerse a órdenes del gobierno, que se encontraba en conflicto con España, participando en el combate del Callao del 2 de mayo de 1866 como asistente de José Gálvez. Al año siguiente intervino en la sublevación del coronel José Balta y, cuando Balta fue elegido presidente en 1868, lo nombró secretario particular; fue además elegido senador por la provincia de Loreto. Tras el asesinato de Balta en 1872, Palma se retiró a la política para dedicarse exclusivamente a la literatura. El mismo año publicó la primera serie de sus Tradiciones peruanas.

Cuando en 1879 se declaró la guerra con Chile, Palma ya era uno de los literatos más reconocidos del continente americano y colaborador frecuente de las principales publicaciones literarias sudamericanas. Durante la guerra participó en la defensa de la capital peruana. En 1881, las tropas de ocupación incendiaron su casa ubicada en el balneario de Miraflores, con lo que perdió su biblioteca personal, el manuscrito de su novela Los Marañones y sus memorias del gobierno de Balta.

Decepcionado, pensó aceptar el ofrecimiento que en 1833 le hizo el dueño del diario La Prensa de Buenos Aires para que se trasladase con su familia a esa ciudad para ejercer de redactor literario del periódico, pero el presidente Miguel Iglesias lo convenció para que aceptase la dirección de la Biblioteca Nacional del Perú, que se encontraba destruida como consecuencia de la guerra. Su labor al frente de esta institución, donde contó con un presupuesto exiguo, fue verdaderamente encomiable, no dudando en utilizar su prestigio literario para solicitar a personalidades de diversas partes del mundo la donación de libros, ganándose el apelativo de El bibliotecario mendigo.

El 28 de julio de 1884 Palma logró inaugurar la nueva Biblioteca Nacional del Perú. Siguió ocupándose de su dirección, labor momentáneamente interrumpida por su viaje a España como representante del Perú al Noveno Congreso Internacional de Americanistas, celebrado con ocasión del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América (1892-93). En febrero de 1912 renunció al cargo por discrepancias con el gobierno, que nombró en su lugar al escritor Manuel González Prada, antiguo adversario de Palma.

González Prada atacó la gestión de su predecesor en una Nota informativa acerca de la Biblioteca Nacional (1912), lo que motivó la respuesta de Palma en su folleto Apuntes para la historia de la Biblioteca de Lima (1912), donde hace un recuento de su labor al frente de la institución. Alejado de su labor como bibliotecario y convertido en el patriarca de las letras peruanas, Palma se retiró a vivir al balneario de Miraflores, donde pasó los últimos años de su vida. Cuando murió fue enterrado con honras fúnebres correspondientes a Ministro de Estado y se declaró duelo nacional.


La obra de Ricardo Palma
De reconocido prestigio en el mundo cultural hispanoamericano, Ricardo Palma es la figura más significativa del romanticismo peruano y uno de los escritores mejor dotados del siglo XIX americano. Polifacético, espíritu renovador y progresista, su actividad literaria se desarrolla en campos muy diversos.
Como poeta siguió la corriente romántica europea de Zorrilla, Heine, Victor Hugo y Byron. Dentro del género lírico publicó Poesías (1855), Armonías. Libro de un desterrado (1865), Pasionarias (1870), Verbos y gerundios (1877) y Enrique Heine. Traducciones (1886). Reeditó gran parte de su obra poética en el libro Poesías (1887), que llevó como introducción el estudio "La bohemia limeña de 1848 a 1860. Confidencias literarias". Posteriormente publicó su poema A San Martín (1890), que originó una protesta del gobierno chileno por considerarlo ofensivo a ese país. Su último libro de versos fue Filigranas. Aguinaldo a mis amigos (1892). Fue también compilador de Lira americana. Colección de poesías de los mejores poetas del Perú, Chile y Bolivia (1865).
Entre sus trabajos históricos podemos mencionar Anales de la Inquisición de Lima (1863), el polémico Monteagudo y Sánchez Carrión. Páginas de la historia de la independencia (1877) y su Refutación a un compendio de historia del Perú (1886), cuyo ataque a los jesuitas motivó que el Congreso peruano declare la prohibición del establecimiento de esta orden religiosa en el país. Su labor como principal gestor y presidente de la Academia Peruana de la Lengua desde el 5 de mayo de 1887 está representada por los Anales de la Academia Correspondiente de la Real Española en el Perú (1887), y especialmente por sus valiosas sugerencias a favor de la admisión de nuevos vocablos contenidas en sus libros Neologismos y americanismos (1896) y Papeletas lexicográficas (1903). Publicó además Recuerdos de España (1898), sobre su viaje a ese país en 1892, que después sería reeditado con el título Recuerdos de España precedidos de La bohemia de mi tiempo (1899).
Párrafo aparte merecen las Tradiciones peruanas, relatos construidas a partir de hechos históricos o anécdotas populares de carácter ligero y burlesco que constituyen un género literario particular. Aunque Palma había escrito los primeros de estos relatos antes de su destierro a Chile, sólo varios años más tarde se decidió a editar la primera serie de sus Tradiciones (1872).
A este volumen le seguirían Tradiciones. Segunda serie (1874), Tradiciones. Tercera serie (1875), Tradiciones. Cuarta serie (1877), Tradiciones. Quinta serie (1883), Tradiciones. Sexta serie (1883), Ropa vieja (1889) y Ropa apolillada (1891). Después de publicar en Buenos Aires la primera edición extranjera de estos relatos (1890), publicó una edición en España con el título, desde entonces célebre, de Tradiciones peruanas (4 vols., 1893-96). Posteriormente a esta edición aparecieron Tradiciones y artículos históricos (1899), Cachivaches (1900), Mis últimas tradiciones peruanas y cachivachería (1906), Apéndice a Mis últimas tradiciones peruanas (1910) y una edición póstuma con el título El Palma de la juventud (1921). Tras su muerte, las hijas del escritor llevaron a cabo una edición definitiva de las Tradiciones peruanas que contó con el auspicio del gobierno peruano (6 vols., 1923-25).
El conjunto de la obra, en once series, es de una evidente grandiosidad, si bien hay un cierto desorden provocado por repeticiones, remansos fatigosos y temas muy dispares, entre éstos artículos críticos. Mitad historia y ficción, domina un fondo socarrón, intercalado con emotivas referencias al mundo americano. En el dilatadísimo proceso de su composición, Ricardo Palma fue poco a poco desligándose de la leyenda romántica española y perfilando un característico y personalísimo mundo, hasta madurar artísticamente en una especie narrativa, la tradición, en la que supo genialmente enlazar rasgos románticos (la leyenda, la novela histórica) y costumbristas (humor, espíritu crítico de los usos e instituciones nacionales, habla popular), enriqueciéndolos con las lecciones de los grandes satíricos y novelistas picarescos del Siglo de Oro español (Quevedo a la cabeza), así como de los ironistas de la Ilustración y el liberalismo (Voltaire, sobre todo).
Mucho se ha escrito sobre las Tradiciones peruanas y la pretendida ideología que subyace detrás de la obra. Algunos han querido ver en el escritor un nostálgico del pasado colonial, y otros han sostenido que la ironía con la que describe dicho pasado esconde una crítica social. Al respecto el ensayista Luis Loayza ha sostenido en su libro El sol de Lima (1974) que "Al leer las Tradiciones se advierte que el autor era un hombre de su tiempo... El mundo de la colonia era, o pretendía ser, jerárquico: en las Tradiciones hay un sentimiento democrático, igualitario; se festeja el irrespeto ante la autoridad". En la actualidad, aun cuando sus méritos literarios sean materia de discusión, no se deja de reconocer el enorme impacto que tuvieron dentro de la narrativa hispanoamericana, gozando todavía de gran popularidad.
Ya la primera reunión de sus Tradiciones peruanas gozó, en efecto, de un éxito inmediato, refrendado por la enorme acogida que alcanzó dentro y fuera del Perú. Estuardo Núñez estudió su influencia decisiva en la narrativa hispanoamericana entre 1872 y 1940, como género que adelanta componentes del cuento y la novela del siglo XX. Fusionar el costumbrismo y el romanticismo era una tarea crucial, que se verificó en dos manifestaciones artísticas sobresalientes: la poesía gauchesca y la tradición palmista. No deja de ser sintomático, más que casual, que las dos obras cimeras de ambos procesos creadores, Martín Fierro (del argentino José Hernández) y Tradiciones peruanas, aparecieran el mismo año, 1872. En ellas palpitan ya rasgos de lo que serán la poesía novomundista y la narrativa del realismo "mágico" o "maravilloso", así como la reelaboración de la oralidad y de la óptica del pueblo, tan significativos en las letras hispanoamericanas del siglo XX.
La trascendencia de la obra de Ricardo Palma ha sido justamente destacada por la crítica. Luis Leal lo considera el mejor "cuentista" hispanoamericano de dicha centuria; para Estuardo Núñez fue el narrador hispanoamericano de mayor influencia a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Tal envergadura se vincula con la capacidad de Palma para asumir una tarea pendiente en las letras americanas: efectuar el tránsito de una literatura centrada en la tradición oral o de carácter ancilar a una literatura que va a ir privilegiando la modalidad escrita y la ficción.
 


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